Cuando Pablo Méndez, editor de Ediciones Vitruvio, me entregó el libro de poemas Asamblea de palabras de Francisco Cenamor, intuí que este escritor, aparte de cultivar la poesía, se dedicaba al teatro. Nada más leer el título me recordó la inolvidable obra de Aristófanes Asamblea de mujeres o Las asambleístas. Y cuando indagué en su figura aquella intuición se convirtió en una certeza. En efecto, Francisco Cenamor no sólo había escrito poesía sino también representado al menos una obra teatral (Kasa Esperanza). Su relación con la cultura clásica y más, concretamente con la griega, tras pasar las primeras páginas se confirmó al comprobar una cita de Demócrito.
No es Asamblea de palabras una obra cuyos mensajes estén ambientados o impregnados por el pensamiento griego, pero sí alberga cierto esfuerzo a la reflexión, al logos como elemento de análisis de la realidad, en la que el desengaño, por una parte, como balance de un vivir marcado por la experiencia
“adulto aún joven
treinta y tantos años
busca proyecto ilusionante“
y la esperanza
“para volver a empezar de nuevo
abstenerse los de siempre”
Nueva huida hacia delante, p. 20
por otra, como vehículo canalizador de vitalismo, se entretejen irremediablemente entre sus palabras y sus versos.
La obra estructurada en cuatro partes (Poemas de cansancio y disidencia, Nombres de mujer, Postales, Asamblea de palabras) nos presenta una multiplicidad de temas que por su variedad podría hacer quebrar la unidad de la misma. Sin embargo, Cenamor, hábilmente, aglutina tal pluralidad de asuntos bajo el título que sin duda cierra y acoge en su seno el compendio temático: en la palabra cabe toda realidad y abstracción.
Lo cotidiano, lo inmutable, la guerra, la disidencia, las preocupaciones sociales, el cansancio, la ironía, incluso la frivolidad poética (“el día que nos demos / un primer beso”), etc., aparecen en las páginas como un torrente de varia miscelánea de tonos, asuntos, actitud, análisis, contenido y perspectiva.
O el amor. El amor como salvación proyectado hacia un tú que todavía no ha llegado y al que canta como si ya estuviera presente (“tu casa”, “sólo bajaría en la próxima estación / de las caricias de tus manos”, “desde la musicalidad de tu sonrisa”). Y el amor como espera de aquel paraíso que va construyéndose en la mente con la esperanza de que algún día será habitado (“besaré esas colinas con su olor sagrado”, “ya no me siento a contemplar el jardín … / pero una palabra tuya bastaría…”). Así, el poeta va poco a poco concediendo atributos y nombres a aquella que deambula por el mundo y que aún no ha sido reconocida. Y espera, entre el deseo y la paciencia, hasta el momento en que se produzca el encuentro: “pero mi corazón está alerta / espera tu mirada”, “santificado espero saborear tu pasión / oro oro y espero” .
Pero, sin duda, el tema que destaca es el del tiempo, y su tratamiento. El hombre vive enmarcado por ciclos temporales y los poetas hablan del tiempo, sin embargo Cenamor, a pesar de la asunción de su existencia -de la existencia del tiempo- ubica su pensamiento en un vivir no acotado por límites temporales en una suerte de conciencia, como expresión convencional de su yo, de una inexistencia del tiempo en el que sólo es posible el Ser. Sin duda, el tiempo pasado marca o ha marcado al poeta, no obstante en su reflexión descubre lo permanente (si existe) y lo cambiante simbolizados en abscisa y ordenada cuyas uniones hacen al hombre (su interior) tal como realmente es. Así lo expresa en varios de los poemas: “ni siquiera los años me cultivaron cinismo / de puro transparente” o “no soy el mismo”. Una aparente contradicción que, en mi opinión no es tal, sino la prolongación de las coordenadas para unirse en un punto o sucesivos puntos, que forman y conforman la verdadera dimensión del ser y que a su vez también se proyecta hacia el exterior: el tiempo. El ser en el tiempo (no considerado) presente porque el ayer ha desembocado en el “cansancio” y el “mañana ya no tiene sentido / no es más que una promesa cruel”. Es como si el tiempo, aún existiendo y siendo el poeta consciente de él, no fuese un motivo de preocupación para Cenamor ni supusiese un impedimento para el desarrollo de la vida.
Con estas reflexiones debemos enfrentarnos a sus poemas con la mirada del que acepta un paisaje arbolado con las premisas de un tono confesional en el que la sinceridad, la desnudez e incluso la espontaneidad son las semillas y, al mismo tiempo, los frutos de su expresión y con el entendimiento del que va a acercarse al conocimiento de una realidad que, por una parte, supera el desengaño en la existencia, a pesar de los reveses que ante ella se presentan y, por otra, conduce al incansable esfuerzo (y la espera) de la prolongación de la vida aceptada dentro de un marco temporal (presente por ausente en su poética) externo en el que todo continúa haciéndose.
Juan Pedro Carrasco García
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