Desde luego, por mucho que parezca levantar ampollas, la recuperación de la memoria histórica es sumamente importante. Sobre todo en situaciones históricas en las que una parte importante de los ciudadanos de un país ha sido ninguneada por otra de las partes. Y en la literatura ocurre lo mismo. A nadie se le ocurriría decir que los judíos masacrados por los nazis no deben rescatar a los intelectuales y artistas asesinados en campos de concentración o que los intelectuales de las distintas nacionalidades de la antigua URSS masacrados por el comunismo deben permanecer en el olvido. Y lo mismo para Argentina, Chile, China, Polonia, etc.
Pero mientras los que sufrieron esas tiranías ahora son reconocidos artistas mártires de la democracia, en España siguen, como dice indignado el historiador Ian Gibson, enterrados en las cunetas: físicas y del olvido.
La recuperación de la memoria histórica en lo que a literatos se refiere no ha sido nada inocente en nuestro país. Al margen de la calidad o la magnitud de su obra, los más recuperados coinciden con determinadas ideologías. La izquierda agrupada en partidos se encargó de recuperar fundamentalmente a los poetas que fueron fieles a su ideario, es el caso de Rafael Alberti o Miguel Hernández (ambos con web oficial), dejando en la cuneta del olvido a otros interesantes escritores y poetas.
Podríamos hablar, por ejemplo, de dos poetas defensores de la República y la democracia, pero declaradamente católicos, como Ernestina de Champourcin o José Bergamín (ambos exiliados, ¿para cuando la beatificación de los católicos que murieron en el bando republicano?). O de otros que apoyaron a la República desde posiciones no partidistas o partidos diferentes al comunista, como Manuel Altolaguirre, Emilio Prados o Juan José Domenchina. Y para que hablar ya de los anarquistas, a destacar la poeta y destacada militante de Mujeres Libres Lucía Sánchez Saornil o como Helios Gómez, o Soledad Gustavo y Federico Urales (seudónimos que utilizaron Teresa Mañé y Juan Montseny, padres de la ministra anarquista Federica Montseny).
Desde luego ese deshonesto olvido a la hora de recuperar a los miles de literatos que defendieron la democracia republicana ha conseguido que estos sean completos desconocidos para la mayoría de los españoles de ahora. Por cierto, uno que si está siendo recuperado por fortuna es Max Aub, para muchos estudiosos, posiblemente el mejor literato español del siglo veinte. Pero su recuperación se da más en círculos universitarios y sigue sin llegar al gran público. Recomiendo vivamente su lectura: novela, teatro, poesía, ensayo...
Pero quizás el poeta más recuperado sea Federico García Lorca, en parte por su obra, en parte por las circunstancias de su muerte, pero en parte también porque supo conjugar su poesía con la tradición poética más popular. Y, por qué no, por esa manía que tenemos de que nos caigan simpáticos aquellos que pasan por la vida cumpliendo la máxima de “vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver”, aunque sea a su pesar. Lo que parece innegable es que este empeño por recuperar a Lorca se lleva demasiadas horas de los investigadores, demasiadas becas y subvenciones que podrían dedicarse a rescatar a tantos otros que también lo merecen. Pero para que arriesgar: es más rentable rescatar a Lorca, aunque ya no quede nada que rescatar, solo su cuerpo, curiosamente. Y de camino, mientras se recuperaba a Lorca, se acusaba a su amigo Luis Rosales, falsamente, de facilitar su asesinato, losa que pesa hasta nuestros días sobre el Luis Rosales poeta (precioso su libro La casa encendida).
Respecto a los que vinieron de fuera, el caso más injusto es el de Pablo Neruda, quien utilizó el conflicto español para hacerse con un público fiel a nivel mundial, el comunista, mientras se dedicaba a vivir a lo grande. Después se hizo famoso a nivel popular con el libro menos romántico de la historia de la poesía, Veinte poemas de amor y una canción desesperada y lo digo porque cada uno de los veinte poemas se escribió pensando en una mujer distinta (la canción desesperada debió ser en alguna noche que no ligó usando su posición, como solía hacer a menudo). En cambio, César Vallejo, autor del libro más bello sobre los desastres de nuestra Guerra Civil, España, aparta de mi este cáliz, murió en la indigencia, humillado por el altivo Neruda, y olvidado posteriormente por la mayoría de los españoles.
Espero que no se me acuse de revanchista por animar a leer (creo que la mejor forma de recuperarles) a todos esos autores que fueron asesinados, encarcelados o exiliados solo por defender un proyecto democrático y pensar diferente. Los del bando ganador ya tuvieron la ventaja de ser leídos obligatoriamente por quienes sufrieron la posguerra. Leamos ahora en libertad.
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