Si se fijan en la mayoría de los escritores y poetas habituales en nuestras bibliotecas y librerías podrán ver que abundan los licenciados en filología, periodistas u otras disciplinas universitarias. En general, es una manera correcta de aprender a escribir bien, dando un buen uso a las normas de nuestro precioso idioma.
Pero no todos tenemos ese recorrido. Por eso es importante hacer un esfuerzo en el aprendizaje del uso correcto de nuestra lengua y conseguir así el dominio sobre el principal recurso del que disponemos para trasmitir todo aquello que queremos contar en nuestros poemas, relatos o novelas.
En muchos centros culturales de nuestros ayuntamientos, o en los restos de aquel interesante fenómeno de los años ochenta que fueron las universidades populares, podemos encontrar aulas abiertas donde aprender a usar con mayor pericia esa importante herramienta de nuestra creatividad que es el lenguaje.
Otro lugar al que podemos acudir son los talleres literarios, o los cursos de escritura, donde podremos aprender cómo se crean los personajes, como se desarrolla una trama, que técnicas utilizar para que nuestros poemas sean más rítmicos y cautivadores. Allí podremos contrastar nuestros escritos y someterlos a una primera crítica de nuestros compañeros y compañeras de taller y, fundamentalmente, someterlos a la educadora mirada de la persona o personas que guían ese taller, normalmente más duchas que nosotros en el uso del lenguaje.
Y es que este no es, ni mucho menos, un asunto sin importancia; un buen uso del lenguaje dará a nuestras obras mayor soltura a la hora de expresarnos, mayor concreción a la hora de decir lo que realmente queremos decir, y nos ayudará a ser conscientes de qué es lo que escribimos, como lo escribimos y para qué. Incluso a la hora de escribir utilizando técnicas poco convencionales, me estoy refiriendo sobre todo a la poesía, conocer bien el lenguaje nos permitirá usar con mayor criterio formas originales de escritura que se salten abiertamente las normas al uso: podremos dejar de usar la rima, la métrica, los signos de puntuación, las mayúsculas…, pero siendo conscientes de por qué lo hacemos.
A la hora de publicar, hay editoriales que ofrecen sus servicios de corrección de estilo y gramática. Es importante estar muy atentos y atentas a las indicaciones que nos den, no dejar que sean ellos quienes corrijan y punto sino tratar de preguntar el por qué de cada corrección, y no porque seamos consumidores quisquillosos -que hay que serlo-, sino porque las personas que nos están haciendo esas correcciones suelen ser personas que han estudiado para ello y tienen un buen conocimiento del uso de nuestro idioma. Y con todas esas críticas y correcciones, dedicarnos a estudiarlas detenidamente para así no volver a incurrir en los mismos errores en nuestros futuros trabajos literarios.
Así que ánimo, a aprender todo lo que podamos y a seguir escribiendo. En un próximo artículo relataré cual ha sido mi experiencia creativa, aunque esté un poco mal tratar de ponerse uno mismo como ejemplo.
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