estos huesos rotos molidos batidos por los guijarros
estos huesos congelados más secos que las raspas
y nosotros no
porque admitís la miseria infernal
y los demonios surgidos de los lagos
las máscaras carmesís las danzas sepulcrales
y nosotros no
porque aceptáis los buitres que sobrevuelan
asesinando el cielo con su cuello desplumado
paladeando el jugo de los osarios bullentes
y nosotros no
porque aprobáis que se arranquen los dientes
la argolla que recubre el cuello del prisionero
las patadas y azotes de fusta
y nosotros no
porque admitís al pobre y al rico
y el mal y el bien y la limosna y el puño
y al rey en su trono y al idiota en su nicho
y nosotros no
porque aplaudís a los mejores y a los peores
a los monos con galones a los monos a dos patas
a los alces los chacales los camellos y buitrones
y nosotros no
porque toleráis la bondad de la pobreza
la maldad del infierno la dulzura de la cárcel
la desgracia eterna la imbecilidad crasa
y nosotros no
porque decís sí a los miserables
porque mojáis el pan en nuestra sopa
porque os bebéis el alcohol de nuestro vino
Raymond Queneau en El instante fatal (1946) (Visor Libros, Madrid, 2009, trad. de Adolfo García Ortega).
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