La madre trabajaba por las casas.
El chico andaba por la calle
aprendiendo buena conducta.
Al filo de la noche los tres juntos
alrededor del jarro y de la sopa.
El padre en su legítimo derecho,
tomaba para sí la mejor parte.
La madre daba al chico de lo suyo.
El chico lo sorbía y terminaba
pidiendo chocolate o mandarinas.
El padre le pegaba cuatro gritos
(siempre bebía al fin más de la cuenta)
y luego echaba pestes del gobierno
y luego se acostaba con las botas.
El chico se dormía sobre el codo.
La madre lo acostaba a pescozones
y luego abría el grifo y renegaba,
qué vida, Dios, fregando los cacharros,
y luego echaba pestes del marido
y luego le lavaba la camisa
y luego se acostaba como es justo.
Muy de mañana al día siguiente
el padre bajaba a los pozos,
la madre subía a las casas,
el chico salía a la calle.
Etcétera, etcétera, etcétera.
(No sé por qué empecé a contarlo.
Es una historia fastidiosa
y todos saben cómo acaba.)
Ángela Figuera Aymerich en Belleza cruel (1953), incluido en Obras completas (Ediciones Hiperión, Madrid, 1986).
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Un poema que por desgracia refleja las costumbres de parte de la sociedad en la que vivimos.
ResponderEliminarMe gustaria que hubieras puesto tu el final
Saludos de;Juan
Para eso es también la poesía, para que el lector o lectora intervenga en ella.
ResponderEliminarPodrían acerme un breve comentario sobre la figuras retòricas?? esqe me cuestan bastante i tengo un trabajo
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