Es un martillito de joyero el que sostienes. Estás sentado, las piernas cruzadas. A tu alrededor multitud de relojes de todas las formas y tamaños.
Con la parte aguda del utensilio los vas golpeando uno a uno, metódicamente, sin pasión, ajustando los movimientos. La punta atraviesa plástico y cristal destrozando las maquinarias.
Sólo fallas un golpe.
Sin querer le has acertado a una babosa que se arrastraba junto a tu pie.
Éste es el momento en el que el tiempo se detiene.
Iker Biguri en Agujeros y jardines (Editorial Luces de gálibo, Málaga, 2009).
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