Lo tallan los helados cinceles de los cierzos.
Los soles, lo restuestan:
El, quieto.
La mano en la cayada, los ojos a lo lejos.
Le pasan por encima las nubes y las horas:
El, quieto.
Las cabras saltimbanquis adornan los aleros
de los acantilados con raras acrobacias:
El, quieto.
Y el alma primitiva le irá, como otra cabra,
trepanándole los riscos de sus duros adentros:
le sonará con dulce tintinear de esquilas:
El, quieto, quieto, quieto.
Ángela Figuera Aymerich en Soria Pura (1949), incluido en Obras completas (Ediciones Hiperión, Madrid, 1986).
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