Lo que sea, estoy bajo llave al final del horizonte,
ya ningún derrumbe me puede asir.
Caído desde una altura que apenas imagino
completamente, empiezo a darme sitio: palabra nunca,
dos vientres de la pulga, la uña larga. Buhardillas para beber en los muertos.
Llegan al fin en verdes overoles a decir del aire como un animal,
como si fueran a hacerse elecciones de pronto para odiar la bajo la tierra.
Espacios. Ningún espacio puedo abrir ahora que pierdo en todas partes.
Oigo el pulso frenético de la piedra blanca.
Alumbrado, pocas gaviotas pasan sobre mí por el único placer
de convertirse en sal removida. Crezco solitariamente a los lados:
por más que cierro los ojos no logro verme entre la multitud.
La letra o es mi eternidad. Todo cuanto pudiera aprender: lavar mi la máscara,
sacarme al césped, al miércoles. Lo que dura la mordida de una pulga.
Vaciado ya, inútil es que me coman a preguntas esos vacíos ardientes
de esas formas que miran a través de un sueño.
Dejaría una línea en el fango para jugar a los planetas.
Un círculo de habichuelas donde conversar a la sombra
acerca de esos perros que me persiguen, cada sencillez partida, hecha polvo.
¿Por qué hacer un rasguño en la moneda del deseo
antes de devolverla? - he dicho: ninguna verdad, ningún derrumbe después.
Francis Sánchez, incluido en la revista La fumarola (nº 22, noviembre de 2004, Leganés).
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