Arde el musgo gris (Nórdica Libros, Madrid, 2007, trad. de Enrique Bernárdez), de Thor Vilhjálmsson, es una novela que, desde la dispersión de los capítulos iniciales, nos va acercando, a través de paisajes y sensaciones, hasta unos hechos basados en la vida del poeta nacional islandés Einar Benediktsson, gran modernizador del país e impulsor de la independencia de la isla de Dinamarca.
Antes de centrarnos en la trama concreta de la novela, el autor nos pasea por los desiertos glaciares, nos enfrenta a la dureza del clima y la fascinación por la naturaleza dominadora de las pequeñas historias de los habitantes de la Islandia del siglo XIX, sumidos en formas de producción y culturales propias de la Edad Media.
La lucha entre la modernidad y la tradición, entre la naturaleza y el progreso, entre la razón y la fe dogmática, entre un Dios castigador y otro amoroso recorre cada capítulo del libro. Pero no es sólo eso: también hay lugar para la poesía, una de las principales tradiciones populares islandesas; o para las sagas míticas, fuente fundamental de gran parte de la narrativa fantástica actual e inspiración de poetas y músicos.
En medio de una naturaleza bella y hostil, los seres humanos de las zonas rurales se dedican en exclusiva al duro trabajo, soportando la presión social que impone un cristianismo protestante basado en el castigo divino y la más rígida moralidad. Y es a una de estas aldeas a las que llega el juez Ásmundur, personaje bajo el que se esconde Einar Benediktsson, para resolver un caso de incesto entre hermanos e infanticidio.
Lo interesante de la historia es que no tiene, hasta la llegada del juez a la aldea (también después, aunque en menor medida), un orden lineal, sino que nos vamos enterando de partes de la trama a través de diferentes momentos vividos por los distintos personajes, lo que crea una intriga que nos anima a seguir leyendo para enterarnos de todo el trasfondo de la historia de estos dos hermanos. Ella, la joven y sensual Solvéig Sússana, se nos aparece como una especie de heroína luchadora de la libertad, sensible y cariñosa, que es, a la vez, capaz de perpetrar el más terrible crimen por mantener su historia de amor prohibido.
Otro magnífico e influyente personaje es el joven sacerdote para el que trabajan ambos acusados, con quien el juez mantendrá interesantísimas conversaciones sobre la compasión y el deber de castigar a quienes incumplen las normas. Interesante su postura ante el conflicto: acusado por los habitantes de la aldea de ser tan tímido que permite la relación incestuosa bajo sus mismas narices, en su misma casa, cuando todo está resuelto y encerrados los culpables, se atreve a descubrir públicamente su postura incluyendo en el sermón dominical un tímido “Dios es amor” que espeta a los vecinos.
Esta novela obtuvo en 1988 el Premio de Literatura del Consejo Nórdico, una especie de Premio Nobel en pequeño para autores del norte de Europa. Desde entonces, y a pesar de tener poco más de veinte años de existencia, se la considera como un clásico de la literatura islandesa. Por su parte, Thor Vilhjálmsson es el más importante escritor islandés vivo. Nacido en 1925 en Edimburgo (Escocia), curiosamente en la novela habla de la profunda relación entre Islandia y Escocia, por donde parece llegar la modernidad a la isla.
Francisco Cenamor
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