La palabra nos viene húmeda de los bosques,
y un sol enérgico nos amanece entre las venas.
El puño es fuerte, y tiene el remo.
En el ojo profundo duermen palmeras exorbitantes,
y el grito se nos sale como una gota de oro virgen.
Nuestro pie,
duro y ancho,
aplasta el polvo en los caminos abandonados
y estrechos para nuestras filas.
Sabemos donde nacen las aguas,
y las amamos porque empujaron nuestras canoas bajo los cielos rojos.
Nuestro canto
es como un músculo bajo la piel del alma,
nuestro sencillo canto.
Tenemos el humo en la mañana,
y el fuego sobre la noche,
y el cuchillo, como un duro pedazo de luna,
apto para las pieles bárbaras;
traemos los caimanes en el fango,
y el arco que dispara nuestras ansias,
y el cinturón del trópico,
y el espíritu limpio.
¡Eh, compañeros, aquí estamos!
La ciudad nos espera con sus palacios, tenues
como panales de abejas silvestres;
sus calles están secas como los ríos cuando no llueve en la montaña,
y sus casas nos miran con sus ojos pávidos de las ventanas.
Los hombres antiguos nos darán leche y miel,
y nos coronarán de hojas verdes.
¡Eh, compañeros, aquí estamos!
Bajo el sol,
nuestra piel sudorosa reflejará los rostros húmedos de los vencidos,
y en la noche, mientras los astros ardan en la punta de nuestras llamas,
nuestra risa madrugará sobre los ríos y los pájaros.
Nicolás Guillén en Sóngoro cosongo (1931), incluido en Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea, 1914-1970 (Alianza Editorial, Madrid, 1971).
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un poema con mucha fuerza
ResponderEliminarbueno de verdad
felicidades
alberto
www.altilloparados.blogspot.com
Pues sí, la verdad. Me quedo con la dirección de tu blog Alberto.
ResponderEliminarUn saludo.