martes, 17 de febrero de 2009

José Carlos Rovira escribe sobre el poemario 'Tu cuerpo y otras dudas', de Ignacio Cartagena

Leí allá en 2003 Memoria de un desnudo (Medialuna Ediciones, Pamplona, 2002), el primer libro poético de un jovencísimo Ignacio Cartagena que me provocó una anotación en un cuaderno que dice: “Está buscando un lenguaje. Hay cultura, espacios y sensaciones. Me gusta”. Han pasado cinco años de aquella lectura y un texto inédito me depara ahora sorpresas. Leo Tu cuerpo y otras dudas (Ediciones Sial, Madrid, 2009) de un tirón, releo algunos poemas y me paro en determinados versos. Anoto en el mismo cuaderno: “está encontrando su lenguaje”. Con los nuevos poetas me pasa siempre eso: intento comprobar que van alcanzando un decir propio porque, en poesía, ésta es sin duda la prueba definitiva de lo que están haciendo. Es difícil escribir poesía, y es más difícil leer la reciente con atención, dada la tradición histórica y contemporánea que ha creado ya casi un exceso de la palabra. Tengo, como seguramente tenemos todas y todos, algunos nombres que se han convertido en esenciales; son los que determinan siempre nuestra aproximación a otros libros. Las dificultades de leer poesía se acrecientan cuando nos enfrentamos a un poemario que tiene como temática algo tan tradicional como el amor: se creó tanto, se versificó tanto, algunos colmaron tantas medidas…, que hoy resulta difícil sin duda entrar en las palabras que intentan de nuevo poetizar ese universal de la literatura. Conozco tentativas, publicadas e inéditas, que despliegan desde el primer verso los rastros de su origen, se envuelven en él, diversifican influencias, y acaban aniquilando la emoción o el referente cultural con la evidencia del modelo. Ignacio Cartagena me ha entregado sin embargo un libro que me parece nuevo desde el principio, en el que una dificultad añadida se despliega en cada poema, en cada verso, mediante el peligro de lo cotidiano. Si a una poética del amor le unimos lo cotidiano, podremos recorrer dos caminos posibles: el de la banalidad como el más frecuente; el de la trascendencia como itinerario imprevisible. Me he encontrado con una obra en la que sobresale lo imprevisto, iniciada por un riguroso encuentro con el eros, porque “tu cuerpo está en mi casa”, en recorridos por despertares, trasluces, libros, penumbras, sonrisas, ropa desordenada, relojes y tiempo, uñas mordisqueadas, observación de una pecera, frutas, dulces, lágrimas, licores, silencios, conversaciones, una ducha…, sensaciones estructuradas por un sentir cotidiano que va construyendo enigmas paralelos que sirven para definir la experiencia. Y entonces, la trascendencia del lenguaje se construye, sin retórica, abriendo sensaciones naturales a todas las posibilidades de lo que se está viviendo: una vez, por ejemplo, la descripción de una pecera, del musgo, de los pequeños peces nadando y persiguiendo burbujas, llevan a la sensación de que “no importa si terminan/ flotando en el olvido”, y el lector vuelve a repasar lo cotidiano con la sensación de la trascendencia con la que nos va envolviendo el tiempo y la memoria. Son chispazos e imágenes que transforman lo cotidiano, que lo hacen materia poética eficaz. Como las 'Mitologías breves' que crean la segunda sección del libro, iniciadas por un recuerdo del Lamento en Elca, de Francisco Brines, en el que el laurel se entronca a la cotidianidad, recuperada y expresada a partir de aquí por Ignacio Cartagena en su conjunción con el mito posible: Deméter, Atenea, Dánae, Dafne, Leda, Narciso, Penélope., etc., son un entramado insólito para un acontecer diario que podría entrar en un culturalismo fácil, si no fuera porque la cultura aquí es expresión de vivencias personales de la que los nombres pueden ser referentes, pero en cuanto pertinencias no grandilocuentes: una sensación, un recuerdo, un acto, un momento, un lugar se conectan a un nombre, que a veces es la narración de un episodio vivido, en el que el 'Nacimiento de Afrodita', por ejemplo, sirve como imagen próxima y sugerencia del eros; o lugares como Herculanum, que van de la sensación de la historia (“Debajo de las luces calcinadas/ las huellas de los últimos segundos”) a una comida, la voz de la acompañante “surgiendo tibia en torno al vaso”, y la interrogación sobre el inesperado ladrido de un perro. Fragmentos de aconteceres que en el mito pueden tener también su expresión natural y su eficacia poética. 'Los pasos en falso', subtitulada "doce relatos”, forma la tercera sección del libro. Los textos no son parte de la moda del microrrelato, sino que se ajustan mejor a la noción de prosas poéticas. El acontecer es de nuevo vivencial, pero no hay desenlaces en las imágenes, que recrean un encuentro, la escritura del ser amado (“Ayer noche te puse en un cuaderno. No encontré lugar mejor para tu frágil cuerpo nocturno…”), su metamorfosis, la apasionada monotonía del comportamiento habitual, la lectura de una carta, la visita a un museo, un juego al escondite, una siesta, etc.. Prevalece siempre la imagen, como en la plasmación de un otoño en el que las flores se exhiben en su nostalgia, mientras la acompañante susurra “porque no tiene más palabras”. Un buen libro es el que el lector va a recorrer a partir de esta nota, escrita con el convencimiento de la intensidad que los poemas nos ofrecen. En el fondo, la relación narrada en Tu cuerpo y otras dudas no es otra cosa que una introspección y una forma de conocimiento personal, en un universo que adquiere su sentido por tácticas que tienen que ver con la vida y la cultura, recursos que se entrelazan en lección duradera. Ignacio Cartagena, que es muy joven, tiene detrás una serie de experiencias que lo han ido situando en lugares diversos, entre los que están últimamente Tirana y Moscú por su condición de diplomático. Pero hay otros sitios (Alicante, Ibiza, Madrid, Roma) que determinaron períodos familiares en los que hay sin duda formación rigurosa y también alguna tristeza irremediable. El autor tiene detrás también una apasionada relación con la poesía española, desde unos comienzos insistentes con la lectura de Jorge Guillén, a una permanencia casi como “poeta de cabecera” de Claudio Rodríguez. Hay también muchos otros nombres contemporáneos que crearían una nómina extensa que no voy a recorrer. Los poetas del Hermetismo italiano del novecientos han sido otra de sus lecturas. Me gusta afirmar, en cualquier caso, que Ignacio Cartagena está adquiriendo ese lenguaje propio que ya he afirmado y que su modulación poética, su búsqueda de la palabra, discurre por caminos que tienen más que ver consigo mismo que con modelos que secundó como lector y depuró como poeta mediante un diálogo en el que ya prevalece su apasionada y asombrada originalidad. José Carlos Rovira Ignacio Cartagena Núñez (Alicante, 1977). Licenciado en Derecho y Diplomado en Estudios Políticos por el Colegio de Europea de Brujas y Master en Relaciones Internacionales por la Fundación Ortega y Gasset. En 2003 ingresó en la Carrera Diplomática, donde ha desempeñado diversos puestos en países europeos, y actualmente en la Embajada de España en Moscú. Ha publicado poemas en varias revistas (El caracol del faro, Elgacena, Boca bilingüe). En 2001 ganó el Premio de Poesía 'Angel Urrutia Iturbe' por su libro Memoria de un desnudo (Medialuna, Pamplona, 2001.)

2 comentarios:

  1. Hola!
    Te dejo el enlace a mi blog infantil, espero que te guste!
    http://vamosaimaginar.blogspot.com

    Saludos,
    Sara.

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  2. Muchas gracias por tu blog Sara, hablaré de él más adelante. Ya veo que organizas la información: eso es lo fundamental en un blog.
    Un saludo.

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