La madre invita a la humanidad a su casa
Y a su mesa. El padre trae narradores de cuentos
Y músicos que, en los cuentos, callan, meditan mucho.
El padre trae negras a danzar,
Entre los niños, como curiosa madurez
Del modelo en el madurar de la danza.
Para éstas los músicos producen tonos insidiosos
Desgarrando la salmodia de sus instrumentos.
Los niños ríen y cencerrean un compás cascado.
El padre trae espectáculos del aire,
Escenas del teatro, vistas y bloques de maderas
Y telones como una ingenua pretensión de sueño.
Entre éstas los músicos atacan el poema instintivo.
El padre trae sus multitudes en desorden
De bárbara lengua, esclavizada y resollando alientos
Entrecortados, obedeciendo su toque de corneta.
Eso es pues Chatillon o como os plazca.
Nos encontramos en el tumulto de un festival.
¿Qué festival ¿Este ruidoso, desordenado nada que hacer?
¿Estos hospitaliers? ¿Estos invitados parecidos a brutos?
¿Estos músicos tocando para una tragedia,
Un tam-tam que está hecho de esto:
No hay frases que decir? No hay representación,
O las personas la hacen simplemente estando aquí.
Wallace Stevens en Las auroras de otoño y otros poemas (Visor Libros, Madrid, 1993).
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