Mi amigo ha muerto.
No era el único, ni el mejor.
Pero tenía una robusta paz interna,
y una tristeza hermosa, meditada,
como la de una niña pobre,
o una mujer que no ha besado nunca.
Sobre todas las cosas ha dejado silencio.
También un epitafio difícil,
muy difícil de encontrar.
Unas lágrimas que se repiten en los ojos
marrones, pequeños, fríos de su madre.
Un cuarto vacío, sin luz de vida.
Pero sobre todo silencio.
Ahora me dicen que el verano ha vuelto,
que es un tiempo azul para enamorarse,
que los libros de los estudiantes
se han ido quedando rotos, sin alma.
Dicen que el día es felizmente
más largo y que las noches
se ahogan en sus propias sombras.
Y no me importa. Soy ajeno
a la realidad del mundo.
Lo único que de verdad
ocurre es que mi amigo
ha muerto. Y no volverá,
no volverá...
Pablo Méndez en Cadena perpetua. Antología (1993-2001) (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2002).
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