sábado, 12 de enero de 2008

Poema del día: "Paquidermo en la búsqueda y a la sombra pensándote", de Óscar David López (México, 1982)

No eran sólo las sombras o la puerta del baño,
el ir y venir del mesero,
la canícula encerrada como gallo de pelea,
eran mis ojos cayendo, abriéndose al infierno,
era la espera,
tu espacio, enredadera que me habitó,
penetración,
índice que se alargaba hasta obstruir, ahogándome
borbotones de aire y licor en la memoria.
Entonces pedí otra cerveza,
caballitos en galope hasta embrutecido caer,
padecer mi único plan: no salir afuera, a la avenida,
no cruzar más que los alcoholes y la sangre.
Amarrado. Fiel a la espera.
Prófugo estoy, caminado, sudoroso,
paquidermo a la sombra de haber regresado y no encontrarte,
haber cruzado una ciudad atiborrada de pantomima,
el lago enmohecido hasta el cementerio de acróbatas
y no volver a ver la punta de tus pies, mi deliro detenido.
Mis ojos como un faro subiéndote las olas de la falda,
escondiéndome en tus piernas, atento,
iluminando tu esbeltez, la caricia de tus muslos:
el cuerpo tuyo como un cisne.
Ave quieta en la memoria. En la idea de tu regreso.
En el espejo. En la espuma que me revela solo.
Prófugo bajo la sombra de un elefante.
De un enorme árbol en la espera.
Enterrándome bajo la mesa. Bajo las seis de la tarde y el sol
calentando más fuerte
mientras más amplia tu sombra.
El clima ha instalado en mis venas
un álbum de mentiras,
la semana perfecta, si lo que debía quedar en tierra,
en la memoria, permanecía;
pero un taladro, como una hoguera antes de la ceniza,
tu recuerdo sobre mi herida:
comencé a meter mi cabeza en cada agujero;
cavar, hurgar, pagar por tierra, oxígeno;
trozos para crear un puente,
una salida,
un hoyo para meterme y no meterme bajo el sol.
Cualquier cercanía para que mi piel.
Cualquier lugar el blanco del recuerdo.
Cualquier roce. Tu presencia.
Entraba al cine en desamor, esperando que la actriz mostrara un seno,
que hubiera una toma de los labios, del brillo de tus labios,
de ti en otra mujer dando la espalda,
de ti quitándote un zapato,
-quizá sólo para probarte otro
en una zapatería donde te habías probado decenas, pero nada.
Te marchabas dándole una mirada lenta al vendedor que, ansioso y cabrío,
envuelto en su oscuridad,
se sorprende frente a la pantalla,
se sorprende en mí que velozmente me pongo de pie
para seguirte hasta un cubículo donde explota mi respiración,
tu fantasma deslizándose en mis manos.
Efervescencia, rombos y triángulos que el sudor diluye en mi pasmo.
Atajo donde las coordenadas no ayudan al vacío.
No encuentro tus piernas, tu largo doble cuello de cisne,
y es que en partículas cae tu imagen
carne mía envuelta en mí
a mitad de película;
esta avería en el recuerdo:
abrir los ojos antes de terminarme,
antes de abrir la puerta y salir.
Abandonar el cuerpo por un rato.
Un instante blanco acumulado en mis uñas.
Esta espera. Mi sombra proyectada hasta tu ausencia.
Sin embargo, reanudar la búsqueda.
Otro vaso, otro molde en mis manos.
Cuevas para cultivar caricias tras mis párpados.
Madurar imágenes. Gusanos hasta que sean alimento firme.
Piernas voluptuosas sobre la mesa.
Idénticas. Piernas tuyas. Deliciosos cisnes
que mis manos aguardan al flotarse.
Sólo una servilleta y el apetito hablará. Oí decir.
Era mi sobra vuelta un elefante.
Un elefante ebrio
crecido contra la pared,
convertido en su propia amante.
Trompa ebria que se aniquila.
Torniquete de la razón. Serpentina
que azota su sombra contra las mesas,
el corazón de un domador.
Mi sombra, perseguido elefante bajo el alcohol,
bajo el miedo de mis pasos.
Era la espera,
sometida bajo su propio látigo,
mirándome.

Óscar David López en Revista Chichimeca, número 7 de febrero de 2007.

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