En punto a sufrimiento jamás se equivocaban
los maestros antiguos. Qué bien entendieron
su lugar en el mundo, como acontece siempre
mientras otros almuerzan o cierran la ventana
o se pasean, simplemente, sin nada en qué dar.
Cómo, si los mayores religiosamente esperan
el nacimiento milagroso, tiene que haber también
niños sin especial interés en que ocurra
patinando en la alberca del bosque. No olvidaban jamás
que el horrible martirio ha de seguir su curso
de cualquier modo, en un rincón, en algún sitio mugriento
donde llevan los perros su vida de perros, y la jaca del sayón
se rasca la grupa inocente contra un árbol.
En el Ícaro de Brueghel, por ejemplo. Con qué tranquilidad
todo se inhibe del desastre: el labrador
oyó seguramente los gritos de socorro, el chapoteo,
que para él no era una catástrofe.
Brillaba el sol
como brilló en las piernas blancas al sumirse
dentro del agua verde, y el esbelto navío
que ha debido de ver algo inaudito,
un muchacho caído del cielo,
iba hacia alguna parte y navegaba en paz.
W. H. Auden, incluido en Antología de poetas ingleses modernos (Editorial Gredos, Madrid, 1963, trad. de Aquilino Duque).
Otros poemas de W. H. Auden
Otro muchacho caído del cielo.
ResponderEliminarQue además quedó inmortalizado.
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