Dormitaba y sentía el silencio, creciente
en su redor, inmóvil como muralla recia;
acuoso, como rayos flotantes de luz ámbar,
subiendo, estremeciéndose en las alas del sueño.
Seguridad, silencio, y su mortal orilla
sorbida por las olas sin luna de la muerte.
Una mano cualquiera puso agua en su boca.
El, dócil, la bebió, y quejándose hundióse
por un dolor rojizo en lo oscuro, olvidó
su herida, como un opio dañino y palpitante.
Agua — verde tranquilo que fluye sobre el dique.
Agua — faro a su lancha que los cielos alumbran,
las aves llaman, flores reflejadas rodean,
y agitados matices del verano: dejándose llevar,
hundió alegre los remos, y suspiró, y durmió.
La noche, con el viento, acechaba en el cuarto,
movía la cortina como curva de chispas.
La noche. El era ciego; no veía los astros
brillando entre fantasmas de nubes vagabundas:
extrañas manchas verdes, púrpura o escarlata
brillaban, se apagaban en sus ojos murientes.
La lluvia, su murmurio rompía las tinieblas;
fragancia y fría música, íntimamente unidas;
lluvia cálida en rosas frías; agua sonora
que empapa el bosque; no lluvia áspera que anega
tras el trueno, más bien una paz goteante,
que suave, despaciada deslíe la existencia.
Tembló, todo su cuerpo se agitó, y el dolor
saltó como un felino, le agarró, desgarró
sus sueños tanteantes con garras y colmillos.
Pero alguien le miraba; y él se vio
temblando ante lo avieso que pasaba.
La muerte se acercó, se detuvo mirándole.
Encended muchas luces y acercaos al lecho,
prestadle vuestros ojos, sangre caliente y vida.
Habladle, levantadle, quizás le salvaréis.
Es joven, no quería la guerra, ¿a qué su muerte
cuando los viejos lobos la ven acabar vivos?
Pero la muerte dijo: “Le escojo”, y él se fue,
y la noche de estío se llenó de silencio;
un silencio seguro; y los velos del sueño.
Entonces, lejos, el rugir de los cañones.
Siegfried Sassoon, incluido en Antología de poetas ingleses modernos (Editorial Gredos, Madrid, 1963, trad. de Jesús Pardo).
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