En mi casa, en Egipto, después de cenar, tras rezar el rosario, mi madre nos hablaba de estos
lugares.
Y con ello se maravillaba mi infancia.
La ciudad tiene un tráfico timorato y fantástico.
Junto a estos muros sólo se está de paso.
Aquí la meta es partir.
Me he sentado al fresco, en la puerta de la hostería, junto a gente que me habla de California
como si fuese su casa de labor.
Con terror me descubro en los rasgos de estas gentes.
Ahora siento discurrir caliente por mis venas la sangre de mis muertos.
También yo he cogido una azada.
En los humeantes muslos de la tierra me sorprendo riendo.
Adiós, deseos, nostalgias.
Sé cuanto el hombre puede saber del pasado y del porvenir.
Conozco ya mi destino y mi origen.
Ya no me queda nada que profanar, nada que soñar.
Todo lo he gozado, y sufrido.
No me queda sino resignarme a morir.
Por eso, criaré tranquilamente una prole.
Cuando un apetito maligno me empujaba a mortales amores, alababa la vida.
Ahora, cuando yo también considero el amor como una garantía de la especie, veo cerca la
muerte.
Giuseppe Ungaretti, incluido en Antología esencial de la poesía italiana (Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1999, selecc. de Luis Martínez de Merlo, trad. de Antonio Colinas).
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