corría tal potrillo limonero.
No prestaba atención al hielo congelado
en la pernera de mis pantalones.
Cuando bebía el agua de los huecos,
mis mejillas se alzaban rojas como manzanas.
Entre la nieve que caía a copos,
nuestra tarea se alargaba sin poder darle término.
Si la nieve caía entre las manos,
sería el buen momento de lamerla.
Estábamos contentos de atrapar
la nieve que caía de repente y en vuelo hacia la boca.
Alzábamos castillos en la nieve.
Hacíamos trabajos de esbelta arquitectura.
No teníamos tiempo de limpiar la nariz.
Si teníamos sed, tragábamos la nieve vaporosa.
Una mujer morena desde la lejanía,
llenó sacos de nieve para poder
preparar la comida de verano.
Guardaba nieve sólida moldeada bajo tierra.
Si quedaban ahumados nos decían:
“Ponte nieve con hielo en el puente nasal”.
Si sangraba una joven que había dado a luz,
le daban un buen caldo y el rico requesón.
Mi tierna y santa abuela se lavaba su lacio
cabello con el agua de la nieve
alabando el vigor del poderoso cielo,
pensando que es el agua bendita del Edén.
Hoy todo es como un cuento,
El cielo azul, la tierra, son ya como padrastros.
Los pechos de la tierra y también los del cielo,
están enfermos, duelen.
Cuando nieva recuerdo muchas cosas.
Decían que el aliento del invierno es fulgor de doncella.
Hoy día las muchachas tienen miedo a la nieve más blanca,
debajo del paraguas se ocultan temerosas.
A pellizcos se quitan los científicos,
la amontonada nieve de sus gorros.
Aunque no nos lo digan, entendemos
que hay en ella un veneno.
¿Es arrepentimiento?
El arrepentimiento nos hace trabajar.
La clara fantasía de poder redimirse es ya desenfrenada.
En todo ello creemos, mas debemos saber
que el invierno comprende el sentido del cambio.
Khamit Yergaliyev, incluido en Antología de la poesía kazaja contemporánea (Siglos XIX, XX y XXI) (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2017, selec. y trad. de Justo Jorge Padrón).
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nieve, copos de nostalgia...
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