El mundo, mi señor, mucho alborota
antes de detenerse para siempre:
no erremos
y aprendamos
de su bullicio,
de sus conversaciones.
Puede el joven, debe el viejo
saltar, pues lo asfixia la tos:
las medicinas
de la botica
nada ayudan;
más, incluso
perjudican,
así que son en vano,
mi viejecito,
tus infusiones.
Nada ayuda
la cerveza,
aunque lleve
una ciruela.
Empeorarás,
no sigas
los consejos.
Disculpa que te moleste
en el camino común:
lo que tu capa
protege y cubre,
se esfumará
arrastrándose.
En lugar de un caballo,
la muerte te persigue.
Con un palo en la mano,
sin silla de montar,
a la grupa,
te precipitarás
hacia tu cielo.
Tus sucesores
se alegrarán,
no sin motivo.
El cabello dorado
arrastrará el rocío plateado,
te perderán
como carroña,
te despedazarán.
Una vez llorarán,
cien veces brincarán.
Una casa respetable
no muestra un cadáver
porque afea.
«¡Fuera, estiércol,
de esta casa!»
Es todo el pago.
Al verdugo con él
a las setas añejas,
que los peces lo devoren,
que lo golpeen
y hagan sonar las escamas;
ya no brilla.
Una red dorada
es su madre
y su tía.
¡Fuera abuelita!
La bolsa de su hermano
con Eufrates.
El dinerito
es el ídolo.
Señor calvo,
fuera del plato,
el primero a la tumba,
al funeral:
la peluca
engaña;
para el pelo
una guadaña.
Sombra en los ojos,
gafas
se ponen los osados,
pero esto no les salva.
Dentro de poco
a la tierra,
te harás menudito,
enmohecerás.
¡Gime la ancianidad
porque sufre sin parar!
La papilla, el maná.
Aunque mastica,
no siente
la comida
al final de la vida.
Gesto tétrico y amargo,
el viejo no se mueve sin bastón:
la muerte le saluda,
se acabaron los años
y la pala
te encuentra.
El viejo ciego y sordo ya no asusta
ni a las moscas que se posan en su nariz:
aunque quiera,
no puede.
Cuando salta,
grita: «¡Violencia!».
No aguanta
las lágrimas.
Le teme el ratón,
aunque con el tiempo
tendrá un gato
de oro
de repuesto.
El viejo a las jorobas
las llama «tesoros».
La muerte en las jorobas
tiene sus cicatrices
sin límite,
sin gracia.
Recoge,
amontona.
Anda retorcido, la joroba lo desequilibra,
que todos miren por dónde anda,
escuchen:
un desfile
de ratas y ratones
para el viejo.
Todos sabéis
que es el viejo
como un niño,
la muerte es una ramera
la sepultura una cuna;
lo cubrirán
abriguitos
de pañales.
El anciano estará bien en la tumba
porque se acabarán todos los males:
no hay sufrimiento,
no gime,
no está mal,
duerme en silencio.
Józef Baka, incluido en Antología de la poesía polaca desde sus orígenes hasta la Primera Guerra Mundial (Editorial Gredos, Madrid, 2006, ed. y trad. de Fernando Presa González).
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