Por mi fe, muchas veces me pregunto
qué hacíamos tú y yo antes de querernos.
¿Como niños aún no destetados
seguíamos chupando domésticos placeres?
¿Roncábamos tal vez en la caverna
de los Siete Durmientes? Así era.
Aquel u otro placer sólo fue sueño,
y si vi alguna vez una belleza
que deseé y obtuve, no era nada
sino un sueño de ti.
Y ahora ¡buenos días!
al doble despertar de nuestras almas,
que de miedo no aciertan a mirarse.
Pues el amor gobierna
todo el amor oculto de las cosas,
y hace de un todas partes, poco espacio.
Bien está que marcharan a buscar nuevos mundos
nautas descubridores, y que muestren los mapas
un mundo y otro mundo a quien los mira;
poseamos nosotros nuestro mundo
el que tiene, el que es cada uno de nosotros.
En tus ojos mi rostro,
en los míos el tuyo se retrata,
y los rostros reflejan
dos corazones simples y leales.
¿En dónde encontraríamos mejores hemisferios,
sin crudo Norte o declinante Oeste?
Sólo mueren las mezclas desiguales:
si nuestros dos amores son uno, o tan idénticos
que ni el tuyo ni el mío cede al otro,
ninguno de los dos puede morir.
John Donne en Songs and Sonnets (1633), incluido en Poetas ingleses metafísicos del siglo XVII (Editorial Acantilado, Barcelona, 2000, selec. y versión de Blanca y Maurice Molho).
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