No hay verde jardín que se le pueda comparar, su Vía Láctea es el río, y sus estrellas, las flores;
lo más bello es el recodo del río donde surgen las flores resplandecientes de los patios.
Yo no sabía entonces que el céfiro fuese vino, pero allí, entre las ramas, el agua, el céfiro y las flores de las colinas, nacieron mis mejores obras literarias, pues cuando la rama recibe la lluvia dice:
«Se puede aprender a ordenar las palabras en verso, desde aquí».
Y así, al esparcir el aliento del céfiro, a las flores de los arriates, yo aprendí a hacer poesía y a modelar prosa.
La magia tiene aquí su fuente, pues no ves jardín que no sea aprendiz de brujo.
¡Oh Zanaqát la bella! ¿Acaso se puede ver algo mejor que tú desde el Alto Escarpe hasta la Seca?
Se miran una a la otra, y cada una es como si estuviese celosa de que se cortejase a la otra.
Es un bello seno que ha llegado a la plenitud de su belleza y que está ceñido de hojas, como túnicas verdes;
si la pides en matrimonio, te da las monedas de sus flores, pues no es costumbre de las bellas discutir la dote;
cuando se celebran los esponsales, la cantora de la fronda hace danzar con sus gorjeos a las tiernas ramas;
el recodo del río ha vestido a los peces con una loriga, pero aún no ha podido hacerla piezas;
cuando aparece la luna creciente se la ve como la hoja de una espada, aunque su naturaleza es curva;
si es la luna llena, su superficie se asemeja a una lámina de plata con unas décimas de oro;
los dos linderos del jardín que se dirigen hacia el río, que ama al horizonte cuando le visita la aurora, son como dos amigos íntimos que se hacen reproches y lloran por la ternura del río.
¡Cuántos recuerdos tengo de la Puerta Nueva, al atardecer, con los amigos, a pesar de lo que también tiene de amargo!
Eran atardeceres que parecían abrumar al destino, que azotaba con relámpagos a caballos rojos;
al recordarlo corre el corcel de mis lágrimas en mis mejillas, cuando cabalgo vino rojo en arenas amarillas;
la tierna planta se ha convertido en árbol frondoso por el riego de mis lágrimas como lluvia.
¡Cuántos días resplandecientes en los que cumplí mis deseos, cuántos días que permanecen en mi recuerdo!
Mis lágrimas cayeron y las gotas se enfilaron hacia la lengua de arena blanca, junto al río y al puente.
¡Amigos míos! ¡Si se cumpliesen vuestros derechos, mis ojos no se separarían de vuestros bellos rostros!
Y si se cumpliese el mío, que no ha sido así, podría hasta encontrar dulce mi amarga separación de vosotros.
No he elegido libremente estar lejos, sino a la fuerza.
¿Acaso el ojo puede buscar perder sus párpados?
Dios ha querido que el destino me haya separado de vosotros.
¡Quiera Dios aplacar al destino!
Safwán ibn Idrís de Murcia, incluido en Poesía de Al-Andalus (Asociación Andaluza de Profesores de Español Elio Antonio de Nebrija, Sevilla, 1999, varios trad.).
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