Están allí como si fueran piedras,
sentados en los sacos de cemento,
sobre escaleras recién hechas,
de donde sacudieron la arena con periódicos;
se ponen a comer pan con melones,
ensimismados o en silenciosas parejas;
de las semillas que han caído en sus rodillas
brotan dos hojas de vidrio, y el viento
sopla en los muros hasta que nacen ventanas.
Cuanta piedra, tanto campesino en la ciudad:
los que son jóvenes aún comen un pan al día
y medio kilo de tomates;
transitando sobre el vacío del que nacen las palabras,
duermen sobre las puertas de madera del circo,
bajo el hedor del agua que mana de las narices del gladiador;
en su presencia, el cónsul se saca la camisa,
se lava la nuca después de haberse afeitado
y pregunta delante de ellos a la palmera carbonizada.
Quosque tándem abutere, Catilina?
Poco le importa a la piedra la paciencia del otro;
sueña con su aldea hasta que pueda vengar la sangre
desencadenada en la otra ribera;
duerme sobre melones y se alberga en campamentos:
hasta ahora ha vivido sólo de dos panecillos caseros
esperando en la enfermería la llegada del tren.
Son como grandes piedras el campesino y sus hijos,
él se está alabando por las caras rumiadas
como si hubiese robado el vientre de su caballo,
silba, y donde silba él se levanta una casa nueva,
después deja en cada cerradura dos hojas de albahaca
pensando en los primeros inquilinos;
sed sanos y de buena voluntad, les dice
y regresa a su aldea una vez por semana,
llevando sobre sí una bolsa de pan.
Algún joven emerge del maizal disfrazado de brujo
y espanta a las muchachas que están binando.
El muy loco se casa a toda prisa.
Apenas puede andar la esposa con la piedra en el vientre
y él sale otra vez para construir casas en los sitios
por donde anda errante
y regresará encorvado por las bolsas henchidas
de sus bienes:
habrá comprado arroz y azúcar y muñecas para los niños
y otra vez dejará piedras en el vientre de su mujer.
¿Quién podría huir más con las piedras dentro?
Piedras de rio parecen los hijos del campesino;
el agua pasa.
Una piedra sube a la cúpula de la catedral,
sostiene en sus rodillas el orologio, y en la puerta
está el padre esculpiendo a su soñada Uta,
a quien deja dos hijos en brazos
y a quien olvida en la cúpula;
el que no se persigna, duerme, pero hay muchos
que rumian sin saber sobre las cabezas de todos.
Y una mujer llora por la ausencia de su marido
que se ha perdido en el mundo para traer el pan.
Ion Gheorghe, incluido en Antología de la poesía rumana contemporánea (Editorial Elion, Bucarest, 2000, trad. de Darie Novaceanu).
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Bueno Francisco, una forma de vida donde las piedras recogen el murmullo de los que habitan. un saludo ,Tensy.
ResponderEliminarSí, las piedras se hacen carne.
EliminarMe resulta bien el poema, amigo. Gracias pot compartírnoslo.
ResponderEliminarAbrazo