1
Max murió y sus hijos
fueron abandonados y buscan pan.
Lenta cae la lluvia en aquellas regiones,
lento el deshoje.
Doce caras tiene el lobo, dijo el prudente labrador
y cerró el redil.
El poeta introdujo las últimas correcciones
en su poema,
luego cerró el seguro.
Lo que es seguro es seguro. En el cajón
levantó remolinos el viento y leyó
las aventuras de Ram y Yael en la guerra
a la que no volverán
jamás
puesto que terminó.
2
Me acuerdo del lugar,
me atreví a decir,
y también del rostro que amé,
pero esto era niñez.
No pienses que sea una bobada
dijo el amigo.
No pienses que sea una bobada, por favor.
3
Pero amo a mi mujer y a mis hijos,
dijo el preso bajo el aguacero
cuando lo conducían
por los paisajes pelados.
Repito que no es preciso,
contestó el monje considerando con atención
los grilletes de sus brazos y pies.
Desde aquí ya no está lejos el camino
explicó el guía.
Estas montañas fueron hace tiempo habitadas
por salvajes. Actualmente los salvajes escaparon
al interior del distrito de la costa. Los torbellinos que veis, la espuma
blanca de las olas —es lo que el mar
hace a los salvajes.
No continuó. Sentí un ligero ahogo en la garganta.
También yo había ido una vez por este camino.
Pero es mejor callar. No tengo nada que ver con ellos.
El viento que levanta el polvo y lo deja en herencia
a nuestros hijos, en forma de muerte, no recuerda nada.
El preso es un ser frágil. Su cuerpo vacilante—
una cigüeña blanca en la luz ciega.
No te apresures, dijo el guía, no te apresures,
no hay duda de que te precedió otro.
Natan Zach, incluido en Poesía hebrea contemporánea (Ediciones Hiperión, Madrid, 2001, trad. de Teresa Martínez).
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