Un puente alto y estrecho sobre las vías,
los silbatos de las locomotoras, el estrépito de los enganches,
un mendigo cojo, con una gorra y monedas de cobre,
bajo un arbusto de lilas florecientes,
una ciudad de postigos con corazoncitos y de calles arenosas,
blanca por la mañana, amarilla de día y azul de noche,
con su peluquero, su loco, su bazar de mostradores húmedos y roñosos,
que huelen a melón,
Dios mío, con la vida pecosa y taheña
de dos gemelos tras una cerca destartalada,
desde el jardín un sonido límpido, de aprendiz,
de un futuro primer violín,
con un nudo en la garganta,
quizá sea la mía, pero yo no me veo,
con una parienta lejana, una muchacha blanca y flaca
sobre un platillo de pendientes de cerezas,
con un punzante sentimiento incestuoso
hacia ella, con una dulzura infantil,
con el aire cálido, vacío,
como un aula en tiempo de vacaciones,
con un señor que bromea todo el rato
y bailotea, y al cabo de diez años,
Dios mío, morirá y se olvidará de todo,
y al cabo de veinte más, resucitará en la última estrofa.
Vladímir Gansdelman, incluido en La hora de Rusia. Poesía contemporánea (Visor Libros, Madrid, 2011, trad. de Eva Crego).
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la última estrofa es revivir. (casi siempre) me gustó
ResponderEliminareste pensamiento.
"...con un señor que bromea todo el rato
Eliminary bailotea, y al cabo de diez años,
Dios mío, morirá y se olvidará de todo,
y al cabo de veinte más, resucitará en la última estrofa".
Magnífica relación espacio temporal en esos cuatro últimos versos y como el yo habla de la misma poesía que está construyendo. Delicioso. Un abrazo.
El poema es bello...pero la belleza es el camino al fondo que nos revela la emoción visual a la que intenta acertadamente vincularnos el poeta.
ResponderEliminarSi, creo que aciertas en tu comentario.
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