¡Oh tú, de nuestra dicha el fatal emblema!
¡Saludo de la demencia, libación pálida,
no creas que a la esperanza mágica del corredor
ofrezco mi copa vacía donde un monstruo de oro sufre!
Tu aparición no será suficiente:
yo mismo te he elevado a un pórfido sitio.
Ritual de las manos es apagar la llama
contra el espeso hierro, puertas de tumba:
y uno ignora mal elegido para el festejo
tan simple de cantar la ausencia del poeta,
que este bello monumento encierra entero.
¡Si no es más que la gloria ardiente del oficio
hasta que en el instante vil de la ceniza
por la losa que ilumina la arrogante noche
retorna hacia los fuegos del puro sol mortal!
Magnífico, total y solitario, así
exhalación temblante, el falso orgullo de los hombres.
¡Esta huraña multitud anuncia!: Somos
la triste opacidad de nuestros futuros espectros.
En el blasón de duelos, dispersos por los muros vanos,
he despreciado el lúcido horror de una lágrima,
cuando, sordo a mi sagrado verso, nunca alarma
de algún pasajero, altivo, ciego y mudo,
huésped de su vaga mortaja, se transmutaba
en el héroe virginal de la espera.
Vasto abismo que crean las masas de la bruma
por el irascible viento de las palabras silenciadas,
la nada al Hombre abolido de entonces:
«Recuerdos de horizonte, o tú, ¿Qué es la Tierra?»
Aulló en el sueño; y, voz, donde la claridad se altera,
el espacio tiene por juguete un grito: «¡Yo no sé!».
El Maestro de la mirada profunda, sobre sus pasos
apacigua del edén la inquieta maravilla
cuyo temblor final, en su voz sola despierta
para la Rosa y el Lirio el misterio de un nombre.
¿Hay algo que permanezca en ese destino?
Oh vosotros, olvidad una sombría creencia.
El espléndido genio eterno no da sombra.
Vuestros deseos temo, quisiera ver a aquel
que ayer desmayó ante el deber ideal
creado por los jardines de este astro,
sobrevivir por el honor del plácido desastre.
¡Una solemne agitación en el aire de palabras,
púrpura ebria y gran cáliz claro,
que, lluvia y diamante, la mirada diáfana
abandona sobre esas flores que nunca se marchitan
aisladas en el tiempo y en los rayos del día!
Es de nuestro bosquecillo cierto la estadía toda,
donde el poeta puro puede, con un humilde gesto,
prohibir el sueño, de su carga enemigo:
a fin de que la mañana de su reposo altivo
cuando la muerte antigua para Gautier llega
al no abrir más los ojos sagrados y callarse,
surja del sendero un fúnebre ornamento,
el sepulcro sólido que lo nocivo guarda,
y el avaro silencio y la masiva noche.
Stéphane Mallarmé, incluido en Antología (Visor Libros, Madrid, 1991, trad. para este poema de Marcos R. Barnatán).
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