A veces, mal vestido un bien nos viene;
casi sin ropa, sin acento, como
de una raza bastarda. Y cuando llega
tras tantas horas deslucidas, pronto
a dar su gracia, no sabemos nunca
qué hacer, ni cómo saludar, ni cómo
distinguir su hacendoso laboreo
de nuestra poca maña. ¿Estamos sordos
a su canción tan susurrada, pobre
de notas? Quiero ver, pedirte ese oro
que cae de tus bolsillos y me paga
todo el vivir, bien que entras silencioso
en la esperanza, en el recuerdo, por
la puerta de servicio, y eres sólo
el temblor de una hoja, el dar la mano
con fe, la levadura de estos ojos
a los que tú haces ver las cosas claras,
lejanas de su muerte, sin el moho
de su destino y su misterio. Pisa
mi casa al fin, recórrela, que todo
te espera. Yo quiero que tu huella
pasajera, tu visitarme hermoso
no se me vayan más, como otras veces
que te volví la cara, en un otoño
cárdeno, como el de hoy, y te dejaba
morir en tus pañales luminosos.
Claudio Rodríguez, incluido en Desde mis poemas (Ediciones Cátedra, Madrid, 1994).
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