De mano, puntualicemos que la mujer a la que alude el título de este segundo poemario de Ada Menéndez (La mujer anochecía. Amargord Ediciones, Madrid, 2010) no está en proceso de “anochecer” sino que ya es una mujer anochecida, o por mejor decir, anochecía, dicho con un punto de canalleo flamenco. Se trata pues de un adjetivo, de un atributo, y no de un verbo. Pero vamos a lo importante. ¿Qué es una mujer anochecía? Eso es precisamente lo que nos aclararán sus versos; aunque quizá, más que aclarar nada, lo que hagan es dejar en suspenso cualquier explicación. La poesía persigue menos las certezas que las ambigüedades, su propia búsqueda es una respuesta. Digamos, no obstante, que una mujer anochecía es una mujer recogida sobre sí misma, como quien adquiere una postura de defensa ante las agresiones del mundo. Lo cual no quiere decir una mujer absorta, ausente, indiferente a lo que ocurre a su alrededor. Muy al contrario, pocas poetas tan atentas a lo que se mueve ahí afuera como Ada Menéndez, sufriente pero lúcida, pisoteada pero no vencida, ofendida pero orgullosa: desafiante.
Ese mundo hostil es el que se recrea en la primera parte del libro, 'Sueños y pesadillas'. Ciudades pobladas por seres subterráneos, por monstruos, por zombis que recorren las calles tambaleándose. Pero no se trata de sueños ni de pesadillas sino de algo muy real, de todos nosotros: los que pisan y los que son pisados, los que ponen etiquetas y los que las llevan. Un mundo alienado.
La segunda parte, 'Libración', no nos conduce a ningún acuerdo con la vida. Se trata más bien de un ajuste de cuentas: con un hombre o con varios, poco importa. Se trata, en definitiva, del turno de palabra de esta mujer que declara con legítima arrogancia: “No te acepto”.
'El solsticio' sí adelanta ese posible acuerdo. Esta tercera sección recoge los poemas de amor, calientes e impúdicos. Ahora esa mujer se entrega pero no sumisamente: se reconoce loca, niega ser pura, sabe lo que
quiere. Y se deja envenenar -y envenena- dulcemente.
Acaso, sin embargo, la cuarta parte sea aún más impúdica. Se trata de un fragmentario autorretrato nada complaciente, quizá una llamada de auxilio. En estos poemas grita alguien que se percibe a sí misma como una planta mortífera, una intrusa. La culpa y el dolor la hacen exclamar: “Necesito un juez imparcial que me odie tanto como debería ser odiada”. Pero nunca odiamos tanto como cuando nos odiamos a nosotros mismos.
La mujer anochecía se cierra con tres poemas que son otros tantos retratos de mujeres cercanas a la autora, una especie de galería sentimental. El hilo interrumpido de los afectos se reanuda en unos versos conmovedores que apelan a la continuidad, al futuro. Un hermoso broche para un libro duro de aristas y muy tierno en el fondo.
Ada Menéndez no gasta demasiadas palabras, no es necesario. Sus poemas tratan de decirlo todo en poco espacio, con frases cortantes y ni un adjetivo de más. Aveces cobran el aire de un graffiti, otras cogen vuelo flamenco. Nunca dejan indiferente.
Si hubiera de decirlo plásticamente, Ada escribe sangrando y muestra sin tapujos su herida abierta. Con ironía amarga, con insolencia, con dolor.
¿En dónde encajaría una poesía como ésta en el panorama poético español? No sabría decirlo y no me tienta en lo más mínimo clasificar a Ada y a su obra, ponerle un código de barras. Pero, tras leerla, me atrevo a decir que su lugar es el de los que no se conforman, los que no siguen el camino marcado sino que van, tozudamente, a contracorriente y tienen una curiosa fijación: decir la verdad aunque duela. Ada Menéndez se desnuda porque quiere, porque necesita hacerlo, y nos gusta el cuerpo de su poesía, en la que todo es verdad. No hace falta ninguna otra etiqueta.
Tengo que leer a Ada, Sí.
ResponderEliminar¿Pisoteada Ada?
Pues a las mujeres sean poetas o no, no hay que pisotearlas NUNCA.
¡fALTARÍA MÁS!
Mujer, metafóricamente hablando, jajajaja.
ResponderEliminaraunque no soy de leer mucho libros de poesia este parece interesante, en algo concuerdo
ResponderEliminarDigamos, no obstante, que una mujer anochecía es una mujer recogida sobre sí misma, como quien adquiere una postura de defensa ante las agresiones del mundo hay algunas mujeres que si son asi, y algunas toman el camino mas amargo para enfrentarse al mundo que es el sarcasmo y la hipocrecia
muy interesante como siempre hasta la proxima
Me alegro de que te haya gustado. Y nada, a leer más poesía.
ResponderEliminarUn abrazo.