Decenas de hombres famélicos, divididos en grupos de cuatro o cinco, se apiñan en torno a las hogueras de una playa. El ruido de las olas se mezcla con el crujir de unos barcos de madera encallados en la costa.
Uno de los fuegos se apaga y los espantajos que lo rodeaban se trasladan al más cercano.
Éste también se extingue.
El grupo, ahora con el doble de componentes, vuelve a desplazarse, la mirada fija en los pies que se hunden en la arena.
Éste también se extingue.
El grupo, ahora con el doble de componentes, vuelve a desplazarse, la mirada fija en los pies que se hunden en la arena.
Una a una las hogueras a las que se acercan para calentarse se apagan, como si fueran ellos y no el viento los encargados de repartir la mala suerte.
Iker Biguri en Agujeros y jardines (Editorial Luces de gálibo, Málaga, 2009).
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