En 1979, Werner Herzog comenzaba un diario que iba a acabar en 1981 y que no sería capaz de releer hasta pasados 24 años: Conquista de lo inútil (Blackie Books, Barcelona, 2010), más bien un largo poema en prosa de dimensiones épicas, crónica de la locura –la del personaje, que a lo largo del libro se va confundiendo con el director en su empeño–, relato del desastre (no siempre imaginario, en gran medida convocado, invocado) y, cómo no, de una conquista.
Un texto escrito sin la certeza o la intención de que fuese publicado, y en ocasión del prodigio y los reveses de un viaje a la selva amazónica (pues Herzog se negó a hacer la película en estudio, a echar mano de efectos especiales), esa suerte de negativo o inversión de la tierra prometida, para rodar la historia de un magnate del caucho empeñado en construir una ópera en plena jungla, para lo cual debe hacer pasar un barco por encima de una montaña entre dos ríos. Un viaje de años, porque fueron años, en los que todo lo que podía ir mal en efecto fue mal.
Tres décadas más tarde, esta Conquista de lo inútil se convierte en una obra de primer orden, celebrada por la crítica internacional y desde luego por sus lectores, que ahora serán también los de la edición española. He aquí, por cierto, un libro para quienes conocen y admiran la obra de Werner Herzog, tanto como para aquellos que no han visto sus películas pero aprecian la literatura y, sí, los libros geniales.
Porque, precisamente, sería un despropósito reducir esta Conquista de lo inútil a "diario de un cineasta". Si lo que se lleva es que personajes famosos que no se dedican a la literatura escriban libros no siempre memorables, Conquista de lo inútil es en cambio el testimonio de un poeta que hace películas. No sólo no se trata de un informe de rodaje aunque tenga esa apariencia inicial, como ya se ha dicho hasta la saciedad.
Conquista de lo inútil es un texto lírico, un libro de aventuras, casi un diario de la propia selva, si no fuese porque ella no se entera de lo que hace a los seres humanos; en parte una defensa ante acusaciones de todo tipo, sobre todo de locura peligrosa, y por otra el relato de un combate habitual y al mismo tiempo extraordinario con el mundo; cristalización de la soledad, la pasión, la tenacidad y obra de un aventurero de la imagen y la palabra, un hombre que decidirá medirse, una vez más, con la naturaleza (ya Herzog había estado en la selva durante el rodaje de Aguirre, la cólera de Dios, ya había estado en muchos otros lugares), esa fuerza que todo lo descompone, incluso –o más bien empezando por- las relaciones humanas, y de la que no se sabe si acaba por conquistarlo a él o es el director quien se impone sobre algo más aplastante que la divinidad. Desde luego, ese mismo combate informa tantas películas de Herzog que casi podría hablarse de una poética y de una metafísica, aunque estas palabras complicadas no hagan justicia a la sencillez y potencia de esta Conquista de lo inútil del autor, y la lucha que aquí se narra sea notoriamente física.
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