lunes, 21 de diciembre de 2009

Luis Eduardo Aute habla sobre el poemario 'Salí a cazar al diablo', de Miguel Ángel Barroso, editado por Sial Ediciones

Tras la lectura de Salí a cazar al diablo (Ediciones Sial, Madrid, 2009), de Miguel Ángel Barroso, no es improbable que René Magritte dijera: “Ceci n´est pas un poème”, (esto no es un poema) porque, efectivamente, este discurso eucarístico de versos profanos que se congregan en torno a un altar en donde el propio poeta, oficiante y ofrenda a la vez, se entrega a sí mismo en el orgiástico sacrificio de la sagrada escritura de la poesía, no es un poema. Son versos que, como ángeles en trance de caída, implosionan hacia el centro de gravedad del infierno uno y único de la poesía, que no del poema. Poemas hay muchos, infinitos, pero poesía, como la Divinidad, es concepto esencialmente único.

Salí a cazar el diablo, más que palabra escrita, me atrevería a decir que es “revelación transcrita”. Lo que trasciende de esta “revelación” no es el texto sino la nostalgia del Hálito Divino que dio forma al SER (verbo) HUMANO (hecho carne).

Esta tensa, intensa y extensa “revelación” poética respira por los poros de la carne que se hizo para el orgasmo del espíritu, de la carne que se hizo del Verbo, y para el Verbo, de la carne que conforma el cuerpo místico del Amor, “más poderoso que la muerte...” de Dios y del Diablo.

Este templo que Miguel Ángel Barroso ha construido a la sobrenaturalidad de la carne no elude el débito a la imaginería surrealista. Es más, se alza mucho más allá. La altísima cúpula de este templo asciende y trasciende los confines de la imaginación más incandescente y, cual Lengua de Luz, ilumina la palabra, el concepto que dio a luz, inmaculada concepción, a las tinieblas de la palabra; palabras que estallan en volcánico vómito de sentidos y sentimientos de pagana religiosidad. Las incontinencias contenidas en las imágenes representadas, evolucionan y se revolucionan en iconografías que se funden, encadenadamente, como secuencias cinematográficas que bien pudieran ser dramaturgias de guiones imaginados por cineastas primitivos: Murnau, Dreyer, Lang, Wiene, Buñuel, Cocteau...

Barroso tiene un agudísimo sentido ético y estético del lenguaje de la imagen en movimiento, de la imagen que se mueve (y se conmueve) para expresar todo lo que su espíritu más transido necesita manifestar a través de las luces y las sombras de la clari-oscuri-videncia poética del cine en estado de gracia: “un travelling es una cuestión de moral”, diría Godard.



Miguel Ángel Barroso (Madrid, 1966), desarrolla múltiples actividades relacionadas con el arte de la cinematografía. Ha participado en la organización de diversos festivales cinematográficos en calidad de Jefe de programación o de Jurado. Actualmente ejerce la crítica cinematográfica en el programa Protagonistas de la cadena Punto Radio Murcia. Ha publicado muchos estudios sobre diversas cinematografías nacionales y sobre actores y cineastas. También ha dirigido cortometrajes y mediometrajes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tomo la palabra: