El sobre negro (Tusquets Editores, Barcelona, 2008), de Norman Manea, es un claro ejemplo de cómo tratar lo global desde lo local. Cómo desde un personaje, Tolea, un antiguo profesor de instituto, algo más que alocado, se puede contar la historia de desesperanza, de miseria moral y económica que atravesaban las personas que vivían, a principios de los años ochenta del pasado siglo, bajo la cruel dictadura comunista de Nicolae Ceaucescu.
Lo mejor de la novela, al menos para mí, sin duda, es la renuncia que hace Manea a utilizar una narración formal, en la que hay un principio y un final y todo se va descubriendo. Descubriendo, porque Tolea trata de descubrir quiénes conspiraron contra él para echarle de su refugio estudiantil provinciano y obligarle a refugiarse en la ciudad de locos que es Bucarest. Y, más allá, cuáles fueron las causas del suicidio de su padre, bajo la dominación nazi o a comienzos de la era comunista, y si realmente fue un suicidio.
Desde ese supuesto planteamiento inicial, la resolución de dos hechos en la vida del protagonista, nos adentraremos en una narración deslavazada, aparentemente, que nos mostrará sensaciones y pequeñas escenas cotidianas, puerta para entrar en la verdadera historia del libro: la sinrazón de la dictadura, la asfixia individual ante la falta de libertad, las intrincadas relaciones sociales de corrupción permanente, de sospecha permanente ante posibles confidentes o contrarrevolucionarios.
El caos de las vidas cotidianas se refleja en los cambios de narrador, casi párrafo a párrafo, en los que, por momentos, apenas sabemos quién nos está hablando, o si Tolea persigue la verdad o está poseído por su propia locura. Muestra de ello es también la permanente confusión de personajes, que, en el mismo escenario, pueden ser dos o tres personajes distintos.
Corremos, al leer, el riesgo de perdernos, pero, precisamente, creo que eso juega a favor del libro. Cuando comenzamos a pensar “¿qué me está metiendo este aquí en medio ahora?”, dejamos de pensarlo cuando disfrutamos de la narración pura y dura, en sí misma, sin que nos importe si ayuda o no a comprender la trama. O cuando el relato se dispara en un sentido que no era el que estábamos leyendo y todo se vuelve ensoñación o posibilidad de locura, precisamente eso es lo acertado de la novela: si el personaje está loco, ¿qué mejor manera de mostrarlo?
En resumen, nunca había disfrutado tanto perdiéndome y que viva el riesgo a la hora de escribir. Y como consejo: leer una breve biografía de Ceaucescu al finalizar el libro, por ejemplo, la de Wikipedia, nos dará algunas claves sobre la novela.
Por su parte, Norman Manea tiene una de esas vidas que, aunque dolorosas por momentos, eso fijo, son plenas por esa idea de “estar” en la Historia, que pocas veces sentimos los humanos corrientes. Nació en Rumanía en 1936 y fue deportado con su familia a un campo de concentración nazi en Ucrania (una de las sospechas presentes en el libro: la posible conversión de colaboradores de los nazis en nuevos comunistas). En su juventud, se entusiasmó con la utopía comunista, de la que fue alejándose según vivía la realidad del día a día de la dictadura de Ceaucescu, para exiliarse a Estados Unidos poco antes de caer el dictador, en una breve pero intensa revolución que, curiosamente, nunca deduciríamos del pesimismo de la novela. Novela, por cierto, El sobre negro, escrita en 1986 y reescrita en 2007, versión, esta última, que aquí se presenta.
Francisco Cenamor
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