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La poesía, ese mundo mágico de la creación espiritual, establece unas coordenadas en el tiempo de la palabra. Desde esa perspectiva, la creación de Luis Alberto Ambroggio (Los tres esposos de la noche. Editorial Lunes, San José de Costa Rica, 2005) sistematiza un orbe de pluralidades, a partir de intertextos históricos o de nudos mitográficos relevantes. Su registro paratextual inserta epígrafes de Jorge Luis Borges, Juan Ramón Jiménez, Vicente Huidobro y El Cantar de los Cantares, en una especie de archivo del alma.
La obra literaria de Luis Alberto Ambroggio ha recibido el respaldo de la crítica, entre quienes se cita a Enrique Baltanás, Odón Betanzos Palacios, Moraima Semprúm, Norma Suiffet, José López Rueda o Adriana Corda, entre otros.
Es digno destacar que, a pesar de radicar y tener la nacionalidad de los Estados Unidos, Luis Alberto Ambroggio decidió escribir en español para preservar su identidad. Él forma parte de los 40 millones de hispanoparlantes que inscriben su huella artística y vital en los Estados Unidos de Norteamérica, sin desconocer sus raíces hispanoamericanistas por las cuales lucha desde el arte de la poesía.
La poesía ambroggiana es un cruce de espacios “un cielo donde lo prohibido no se escribe”, es decir, apunta hacia un acto escritural estético trasgresor, donde hay “carnes que gritan / gotas de incendio”.
Sus textos abordan el desconocimiento como silencio “Alguien... / con quien la intimidad puede ser absoluta”. En su poesía se presenta el proceso de la incompletitud, para completarse en la otredad como un acto necesario, pues “el silencio no duerme”.
Las referencialidades temporales comprenden el amanecer, la noche y el día. Se le otorga prevalencia a los índices de la nocturnidad, porque “Los nacimientos y muertes de la Noche / no tienen hora, se pierden, se alargan / en la embriagante negrura donde todo crece”. El tiempo acezante es uno de los escudos líricos en su producción poética.
Los elementos de sus poemas parecen sacados del orbe de los sueños. “El poeta no está solo (...) En su fuga imposible / nunca está solo el poeta”. De hecho, en la cosmovisión del hablante lírico existe una soledad acompañada, aunque el yo lírico exprese no saber “qué papeles dejarle al olvido”. La eternidad juega un papel muy importante en la búsqueda de la propia mismidad, por ello aduce que “la eternidad me poseerá desnudo. / Y a Marilyn también”.
El poeta mantiene una sostenida defensa de su idioma español, el que le ha dado su identidad, por ello afirma: “Creo que nuestra contribución a la cultura, al sueño americano, es conservar la propia. (...) Tenemos la obligación como escritores de mantener nuestra cultura, y de apreciar el inglés, pero sin abandonar nuestro idioma natal”:
“Si cada ladrillo hablara;
Si cada puente hablara;
Si hablaran los parques, las plantas, las flores;
Si cada trozo de pavimento hablara,
Hablarían en español”.
El sistema de significados poéticos incorpora una gradación que le confiere dinamismo expresivo positivo al texto “Pronto se acabarán los puentes. / Los ríos, los mares tragarán la tierra”. Esa figura intensifica el discurso poético como una manera expansiva y dinamizadora.
El texto mantiene una lectura de la expresión del cuerpo. Destacan diversas perspectivas del acento corporal. Dicha lectura es una expresividad que protege las voces como una manera de ser y de sentir.
El poema El testigo se desnuda, da título al libro que Luis Alberto Ambroggio publicó en Madrid, en el 2002 (Prometeo Editorial). En él establece una especie de arte poética cuando inquiere ¿Para qué escribo? En su planteamiento, el yo lírico funda un oficio espiritual, una especie de vuelta al círculo: “Escribo para repetirme hasta el olvido” (...) / y porque así el principio y el fin se tornan inagotables”. Su visión acerca del fenómeno poético se torna mandálico.
La recurrencia del acto creador así lo requiere en cada momento de esa práctica social que es la literatura. En todo caso, “El poema se escapa del horario” y se construye con agua y viento. Frente a este oficio del alma, el hablante lírico expresa “Yo sé lo que duele la tortura de la palabra” (...) “No puedo ser la palabra ni dejar de serlo. / Encarnamos una miseria compartida”.
En el mundo lírico de Luis Alberto Ambroggio, existe una marcada preferencia por los elementos de la liquidez, “porque en cada gota, el agua es vida de un mar”. La profundidad de la imagen poética es de una gran carga semántica, pues en el resto del poema ‘Canción a los elementos’, esa liquidez adquiere connotaciones eróticas: “Y mientras mi cuerpo crece hasta llenar tu corola y tu deseo, / humedece mi vuelo, con tu voz, con tu savia, mis labios preferidos”.
El plano amoroso es un riego de humedad invasora, un círculo de gozo desnudo: “tu sed, mi lluvia, nuestros fondos llenos”. En el poema ‘Te quiero’ hay un epígrafe de Cantar de los Cantares que, de alguna manera, traza líneas intertextuales e interdiscursivas en sintonía con el discurso poético ambroggiano: “recogemos uvas para el vino / que bebemos en la copa unísona / de nuestros cuerpos (...) cubriendo el cauce del sendero / hasta desembocar en tu inmensidad, / selva y lago, mar y océano”. Se confirma la predominancia de los índices líquidos asociados con las relaciones integrales de la sexualidad; “te encierro. / Me encierras. / Libremente”.
El beber del texto citado permite plurales referencias de los elementos líquidos de la sexualidad. Asimismo, “Las gracias son como los besos / y el beso una manera de recordar”. El beso implica la certitud de un acercamiento, de un contacto corporal. En esa dimensión, los elementos de la liquidez se establecen como vectores del signo erótico; operan como un síntoma del plano amoroso, lo cual es posible por la presencia necesaria del amado y de la amada.
En ‘Herencia’ se apela al hijo con una gran ternura. Se le compara con una ola del océano y se redimensiona su existencia tríptica como hijo planetario, del suelo y del tiempo. Es decir, se presenta desde los planos terrestres hasta los infinitos. Y en “ese idioma en que has nacido” es visto como “uno de los vuelos mágicos de tu sangre”.
El hijo signa un círculo vital donde se resemantiza el simbolismo de la palabra manos, como puede observarse en los siguientes versos:
“fíjate en tus manos
y leerás las vidas de muchas manos”.
Por otra parte, en su vida, el hijo “verá morir y amanecer nombres, / con lágrimas y sonrisas” y, al mismo tiempo, él se verá reflejado a sí mismo, en cada uno de sus hijos.
En el poema intitulado ‘Los tres esposos de la noche’ existe una inferencia con los espacios vaginales: “La noche que nunca fue virgen, / visita con frecuentes hechizos (...) / de diálogos húmedos de la penumbra espesa / que tiene manos, lenguas, vapores rojos / carnes que gritan”.
En el mismo texto se afirma que los vikingos le asignaban tres esposos a la noche. El primero fue Naglfari, con quien tuvo un hijo, Espacio fue su nombre: “La unión duró un momento oportuno”. En este apartado se citan los signos de la penetración: “Los músculos / que penetraron sus fibras oscuras, enardecidas, / hasta el fondo de lo que es superficialmente penetrable”.
El segundo esposo es “El Otro”, a quien “La noche se le entrega osada, disuelta / valles y cielos se conjugan / en oscuro juego sin fronteras”. Emmanuel Levinas propone que “en el deseo, el Yo se dirige a el Otro (Autruí) de manera que compromete la soberana identificación del Yo consigo mismo, de la cual la necesidad es solamente nostalgia y que la conciencia de la necesidad anticipa” (Levinas, 2000: 58). De la Noche y el Otro nace la Tierra.
El tercer esposo es “rubio de raza, brillante, prometedor, vikingo (...) Amanecer, Delling, su nombre preciso”. “Y del Amanecer y la Noche, diosa acogedora y llena / nace Día”.
“Hundidos tras ariscas decisiones, sus esposos muertos, / la Noche fértil perdura en el Espacio, la Tierra y el Día”. El yo lírico establece un esquema recolectivo cuando poetiza “Quienes gozan el amor intenso de sus caricias oscuras / sufren un ardor oculto bajo su cuerpo robusto y suave”. “La noche siempre se casa tres veces (...) Queremos hijos”.
Este poema, intitulado igual que el poemario, mantiene un registro simbólico pluridimensional. Como señala Chevalier: “Gracias al símbolo, que lo sitúa en una inmensa red de relaciones, el hombre no se siente extraño en el universo” (Chevalier, 1986: 27).
El poemario de Luis Alberto Ambroggio privilegia las imágenes de colorido: amarillo, rojo, verde y blanco. Dichos colores se asocian con las referencias a la vegetalidad. El hablante se asimila: “Soy un árbol esclavo de estaciones (...) / con raíces y semillas que caminan en el tiempo”.
En esa floración poética existe un registro erótico asociado con la desnudez, la esperanza y la sangre: “la espiga de mi desnudez / se cubre de gotas y esperanzas”. La equiparación de la espiga con el falo es una certeza de la inclusión corporal: “y también soy cielo y mar con mi cuerpo / que se ensancha una vez más”.
El tema amoroso mantiene equidad de género, tanto en su concepción ideológica como en la utilización de sus símbolos: “Bajo la luna y el sol / navegan los deseos en góndolas”. La simbología cultural que inserta el quehacer del poeta argentino deja leer: “Todos volamos para descifrar poco a poco / (...) que somos una sombra / y una pluma turbulenta”. Y esa urgente búsqueda de quiénes somos es una manera de revisar las máscaras de la identidad, del ser y del parecer.
El cuerpo es una tematización recurrente, sobre todo, porque “La sentencia de un cuerpo / vence la apatía de los dioses”. Además, los cuerpos son árboles, mares, tierra humedecida, clamor y ausencia, por su peso “nunca pierden la memoria”.
Una de las topicalizaciones abordadas con gran manejo estético es el topos de los inmigrantes. Partir y llegar. Son sus polos antinómicos. En este texto, Ambroggio aborda uno de los más difíciles escollos que deben superar millones de habitantes en nuestro planeta: “callados por los guardias y los miedos. / Callados para ser dueños absolutos / del silencio”. El silencio se yergue como uno de los símbolos estelares del no ser.
“La vida de las palabras toca más allá / que el coqueteo de las letras. Welcome”’. En dichas letras “El mar de atrás no es tan grande como la pena / ni abraza la profundidad de lágrimas” (...) “Mi dolor tiene piel, no tiene orilla”.
El chicano, el latino, el ilegal o el ciudadano, “igualmente inmigrantes de algún sueño”, sufren el desarraigo, el dejar de pertenecerse, la alineación y la alienación. “Ahora somos Wecomed (...) / Mas pasamos la puerta hacia otro día / sosteniendo el sobrio vacío del deseo: / un sueño. Se llama Welcome”.
El abordaje en relación con la temática ecológica se muestra en ‘Leyenda de Dryope’ como una preocupación estelar en el orbe lírico de Luis Alberto. La forma verbal impersonal dicen, con la cual inician las cinco estrofas, le otorga un dinamismo expresivo positivo y se comporta como un estribillo el dicen que: “cada árbol es una diosa escondida (...) / una ninfa que sufre (...) / una madre con pies de raíces (...) / estas diosas (...) se enternecen con los llantos y crecen”. El cierre del texto es un campo semántico de gran reflexividad: “la muerte se ha quedado sin árboles (...) las lágrimas ya no son fértiles (...) / las madres no son diosas / y que los niños ya sueñan sin bosques” (el subrayado es nuestro). Este final es una especie de sistema recolectivo, donde el cierre ahonda los efectos y los contenidos ideológicos de dicha problemática.
En ‘Luz al fin’, el hablante inquiere acerca de elementos cotidianos, solo que el uso de diversos oxímoros le confieren un alto mérito estético a preocupaciones diarias: “si tus pies pisaran humo / triunfando tristemente sobre la melancolía (...) / si tu pan tuviese tan sólo / la alquimia de un deseo (...) / si todos los días en tu contorno / brillaran agriamente las cenizas”. La apuesta del yo lírico expresa: “Si la luz en cambio nos besara / y absorbiera absolutamente”. No hay duda de que Dios hizo la luz para salvarnos de la oscuridad.
En síntesis, encontrarnos con el mundo poético de Luis Alberto Ambroggio es una alegría, sobre todo, por mi afinidad hacia la poesía de tan hermoso país sudamericano. No en vano Alejandra Pizarnik y Rubén Vela, con quien realizamos el trabajo de la revista Hojas de Guanacaste, son dos universos líricos que releo con pasión, entre un listado de honor de la fulgente poesía Argentina, al que sumamos desde ya el de Luis Alberto Ambroggio.
Lic. Miguel Fajardo Korea, Costa Rica
Esta genial.
ResponderEliminarFrancisco tu blog es interesante. Si pudiera darte un premio te lo daría, porque tiene variedad y calidad.
Te lo estás currando.
Gracias.
Bueno, más me gustaría hacer, pero tengo que dosificarme para poder hacer otras cosillas.
ResponderEliminarMe ha gustado bastante la información que das a través del artículo. Muy completo y con referencias para seguir consultando si queremos. No conocía al autor pero desde ahora le sigo, me gusta la temática y la voz.
ResponderEliminarGracias.
Lo que no se me ha ocurrido mirar es si le han publicado en España. Pero vamos, imagino que algo se podrá encontrar en Internet.
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