Percibe la existencia en dolor puro.
Ahora el alma es oscura, y los ojos no hallan
sino tiniebla en torno. Es esta la hora cierta
para hablar de la vida, la vida tan amada.
Si al Dios de quien es obra le reprochas
que te la diera limitada en muerte,
su don en sueños no malgastes. Hombre, despierta.
H: Entre los brazos de mi sueño estaba
aprendiendo a morir. ¿Por qué me acuerdas?
¿Te inspira acaso envidia el sueño humano?
Amo más que la vida este sosiego a solas,
y tú me arrancas de él para volverme
al carnaval de sombras, por el cual te deslizas
con ademán profético y paso insinuante
tal ministro en desgracia. No quiero verte. Déjame.
D: No sólo forja el hombre a imagen propia
su Dios, aún más se le asemeja su demonio.
Acaso mi apariencia no concierte
con mi poder latente: aprendo hipocresía,
envejezco además, y ya desmaya el tiempo
el huracán sulfúreo de las alas
en el cuerpo del ángel que fui un día.
En mí tienes espejo. Hoy no puedo volverte
la juventud huraña que de ti ha desertado.
H: En la hora feliz del hombre, cuando olvida,
aguza mi conciencia, mi tormento;
como enjambre irritado los recuerdos atraes;
con sarcasmo mundano suspendes todo acto,
dejándolo incompleto, nulo para la historia,
y luego, comparando cuánto valen
ante un chopo con sol en primavera
los sueños del poeta, susurras cómo el sueño
es de esta realidad la sombra inútil.
D: Tu inteligencia se abre entre el engaño:
es como flor a un viejo regalada,
y a poco que la muerte se demore,
ella será clarividente un día.
Mas si el tiempo destruye la sustancia,
que aquilate la esencia ya no importa.
Ha sido la palabra tu enemigo:
por ella de estar vivo te olvidaste.
H: Hoy me reprochas el culto a la palabra.
¿Quién sino tú puso en mí esa locura?
El amargo placer de transformar el gesto
en son, sustituyendo el verbo al acto.
Ha sido afán constante de mi vida.
Y mi voz no escuchada, o apenas escuchada,
ha de sonar aún cuando yo muera,
sola, como el viento en los juncos sobre el agua.
D: Nadie escucha una voz, tú bien lo sabes.
¿Quién escuchó jamás la voz ajena
si es pura y está sola? El histrión elocuente,
el hierofante vano miran crecer el corro
propicio a la mentira. Ellos viven, prosperan;
tú vegetas sin nadie. El mañana ¿qué importa?
Cuando a ellos les olvide el destino, y te recuerde,
un nombre tú serás, un son, un aire.
H: Me hieres en el centro más profundo,
pues conoces que el hombre no tolera
estar vivo sin más: como en un juego trágico
necesita apostar su vida en algo,
algo de que alza un ídolo, aunque con barro sea,
y antes que confesar su engaño quiere muerte.
Mi engaño era inocente, y a nadie arruinaba
excepto a mí, aunque a veces yo mismo lo veía.
D: Siento esta noche nostalgia de otras vidas.
quisiera ser el hombre común de alma letárgica
que extrae de la moneda beneficio,
deja semilla en la mujer legítima,
sumisión cosechando con la prole,
por pública opinión ordena su conciencia
y espera en Dios, pues frecuentó su templo.
H: ¿por qué de mí haces burla duramente?
Si pierde su sabor la sal del mundo
nada podrá volvérselo, y tú no existirías
si yo fuese otro hombre más feliz acaso,
bien que no es la cuestión el ser dichoso.
Amo el sabor amargo y puro de la vida,
este sentir por otros la conciencia
aletargada en ellos, con su remordimiento,
y aceptar los pecados que ellos mismos rechazan.
D: Pobre asceta irrisorio, confiesa cuánto halago
ofrecen el poder y la fortuna:
alas para cernerse al sol, negar la zona
en sombra de la vida, gratificar deseos,
con dúctil amistad verse fortalecido,
comprarlo todo, ya que todo está en venta,
y contemplando la miseria extraña
hacer más delicado el placer propio.
H: Dos veces no se nace, amigo. Vivo al gusto
de Dios. ¿Quién evadió jamás a su destino?
El mío fue explorar esta extraña comarca,
contigo siempre a zaga, subrayando
con tu sarcasmo mi dolor, ahora silencio,
por si alguno pretende que me quejo: es más digno
sentirse vivo en medio de la angustia
que ignorar con los grandes de este mundo,
cerrados en su limbo tras las puertas de oro.
D: Después de todo, ¿quién dice que no sea
tu Dios, no tu demonio, el que te habla?
amigo ya no tienes si no es éste
que te incita y despierta, padeciendo contigo.
Mas mira cómo el alba a la ventana
te convoca a vivir sin ganas otro día.
Pues el mundo no aprueba al desdichado,
recuerda la sonrisa y, como aquel que aguarda,
álzate y ve, aunque aquí nada esperes.
Luis Cernuda en Como quien espera el alba, antologado en Antología poética (Alianza Editorial, Madrid, 1984).
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