Todo esto vimos:
Vimos la cañada
en la que el plátano en harapos
se yergue:
donde el valle Ticomo desciende
con premura nicaragüense.
O
si
cuando
no
siempre
patria que se te negara,
Río que traía trozas,
Nagarote encharcado
¡Prinzapolca!
Y navegamos. Y cerramos tratos
en anchas aguas.
Divisando el escollo escaso
de grullas. De espuma sucia remoto
Asomándonos a las calas
del Señor; reconociendo su sello
tembloroso en lo hondo...
—¡La tortuga de oro!
Y por tierras solares, desde
la ventanilla de los trenes
rendimos párpados al fulgor.
Y árboles postes espectros cruzaban
las anaranjadas entrañas
de la ceguera.
Vimos
la nieve nieve nieve
no vestidura sino desnudez
de la Tierra.
Los gansos de palmipedotrasero
vuelo. El compacto brécol.
La agachadiza bermejuela.
El anacardo carapinto puro
y número de plumas terebinto
vístelos? Avistamos
el escaramujo en llamas...
—Di
el jijallar, la zarza
ardiendo crujiendo
crepitando triquitraqueando
quebrándose retorciéndose abarquillándose
petardeando reventando aventando
chispas
chispas saltando hundiéndose retornando
ahogándose en la oscuridad la zarza
ardiendo
sin consumirse!
—Anduvimos
Carlos Martínez Rivas en Poesía contemporánea de Centroamérica (Los libros de la frontera, Barcelona, 1983, selec. de Roberto Armijo y Rigoberto Paredes).
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