que esparce las cenizas del habla humana fútil
busco un respiradero donde escape mi aliento
Ya se incendia la noche su sudario inconsútil
Si pudiera dejarme incólume en la calma
mi voz en el olvido de la palabra inútil
Ser mudo voluntario y otorgarme la palma
de una boca sellada por el nocturno espanto
sin dar relinchos el gran caballo del alma
La garganta en hilachas ser harapo de canto
vendaje o veste única que tuvo de atavío
un mendigo del mundo llevado como manto
Me hace mella la noche su teatro vacío
donde no aplaude nadie ni a la luna ni a mí
temblando de poesía en este invierno mío
agarrado a la rama de una sílaba y
calladamente hablando sin saber lo que hablo
como un árbol aparte respira don de sí
Y el lenguaje absoluto fue paja del establo
donde brizar los sueños de mirra incienso y oro
dejando las palabras en la cama del diablo
Vibra la voz del ángel en el aire incoloro
cuando el tambor de luna de la noche infinita
colma mi pensamiento de arquetipo sonoro
Era la voz que supe todavía no escrita
antes de que el dolor fuera un bello bordado
sobre la seda negra de la frase maldita
La belleza sin patria como un antisoldado
que no obedece más que a su esternón fraterno
No acusar al poeta de ese grito pelado
sangre de la conciencia y del silencio eterno
bajo el sol orgulloso que se muere de risa
como un fuego divino más allá del infierno
mientras la luna espera decir misa tras misa
en el altar del mundo dejado a media luz
cada noche en las manos de su sacerdotisa
y el sueño humano tenga al fin un tragaluz
Carlos Edmundo de Ory, incluido en Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000) (Galaxia Gutenberg Círculo de lectores, Barcelona, 2002, selec. de Eduardo Milán, Andrés Sánchez Robayna, Blanca Varela y José Ángel Valente).
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