Ulises anda siempre dando vueltas,
ni la fragilidad de su hijo
ni la pasión por su mujer
(¡cuánto la hubiese eso confortado!)
le detuvieron nunca. Ella no encuentra hazañas
ni en su marcha a la guerra ni en su regreso de ella.
(¡Diez años para ir y diez para volver!)
Desde el muelle a su casa,
a pie y ante la vista de todos él camina.
No ha podido ninguno reconocerle en Itaca,
aunque todos conozcan las hazañas de Ulises.
Corren más sus rodillas que sus pies
y su boca apretada se hincha de aire,
su vista se ha habituado a bienvenidas.
Él busca alguna cosa que le oriente...
Cuanto le fue una vez intensamente blanco,
una señal y referencia antes,
solamente es ahora un estacionamiento de navíos.
Qué pálida y sin suerte parecía cu cara
veinte años atrás, hasta incluso la víspera
de su embarque triunfal y carnaval de gloria,
cuando dejó a Penélope hechizada
hasta desvanecerse ella en sus brazos
a causa de la danza. El riesgo fue su oficio.
Su polvorienta ruta a mediodía es ahora su casa;
él imagina
que ella sale en su busca velozmente,
vistiendo una amplia túnica de tubo
impregnada de todos los deseos,
la que ya se había puesto
en el último mes de su embarazo.
Entonces, sin todavía necesitar gafas,
los ojos de ella estrellas parecían,
conejo acorralado... Es hoy su casa
más tolerante y más condescendiente;
ella sigue en su hogar, confortable en su entorno
con su hijo, los amigos de su hijo,
todos sus pretendientes
(el caos habitual de quienes viven bien),
con salud y riqueza contrapuestas
en sus indumentarias...
(Sólo el dolor podría justificar la fealdad).
Él ha visto ya el mundo conocido,
lo mejor y peor de los humanos;
el enorme entusiasmo de su peregrinaje
asume el peso y la gravitación
del estar vivo. Ulises entra en casa,
los ojos muy cerrados y la boca muy suelta...
El lecho conyugal le queda a un paso,
pero confunde a la hija con la madre.
No es de extrañar. Los varones le expulsan
(un animal idiota, mas perverso).
Ya está afuera;
sus no deseadas manos están ásperas,
dicen te quiero desde la otra parte
del ventanal cerrado.
A sus cuarenta años, todavía,
ella es el mejor busto de todas las presentes.
Él la mira y ella ve que la mira idiotizado;
ella se vuelve entonces
hacia sus pretendientes conociendo
que el arte mentiroso de la diosa Minerva
no devolverá a Ulises
la invencibilidad que tuvo ni tampoco
la juventud que entonces poseyera...
¡Media vuelta -Volte face-!
(Él gira al modo de los tiburones,
haciéndose visible detrás de la ventana).
Orgulloso de su cuerpo, doloridos los ojos
y satisfecho por sus cicatrices,
Ulises, instintivo asesino
en el machismo de su senilidad,
saborea de antemano el apogeo de la lucha
quebrantando las aguas por destruir su huella.
Él ha sobrepasado su tamaño.
Es uno más entre los pretendientes,
sus agallas están plegadas y en su sitio,
antinaturales rejillas de ventilación,
que con un botoncillo podrían ser cerradas,
como lo son las celdas de una cárcel...
Diez años de pasado y otros diez de futuro.
Robert Lowell en Día a día (1977), (Editorial Losada, Madrid, 2010, trad. de Luis Javier Moreno).
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¡Que poema! que manera de apropiarse, de profundizar y escenificar el mito y sus personajes. Es hace muy poco que he descubierto a Robert Lowell¡Me encanta!
ResponderEliminarEs impresionante Lowell, poetizó sobre su propia experiencia de vida, pero creando una estructuras poéticas interesantísimas. Muchos poetas que habaln de su propia experiencia hacen eso, hablar de su propia experiencia, pero sin crear nada, en su egolatría creen que su propia vida es poesía.
ResponderEliminarUn abrazo.