Es posible que cruce el sendero sin convicción
los pequeños puentes en Galilea
mientras los campesinos arrojan sus abrigos
sobre los guijarros y el polvo del camino
y cruza de nuevo
el lugar donde el hijo nacido de árbol
yace famélico para la posteridad
Esta vez
es María a lomos de un burro blanco
no está huyendo
sino que mira las altas puertas de la ciudad
donde otras han sido lapidadas
las adúlteras
no está huyendo
se está enfrentando a los mercenarios con una sonrisa
a los traidores con el látigo de la pena
Todo blancura María
su burro estraga a cámara lenta
el tramo a cubrir
comportándose a ratos
como dentado jabalí al galope
Ella va de camino
para enfrentarse a las doce columnas del engaño
María la compasiva
va reconsiderando sus leyendas presentes y futuras
arrastrando los tres clavos
tras de sí como una sombra
las cruces los estigmas
mientras el viento juega con las orejas de las liebres saltarinas
en la llanura
Las rosas han dejado de crecer
en la tierra infértil
deforestada y seca
Se pregunta -María
¿por qué regresar a un sepulcro
donde no se me acordó renacimiento alguno?
Fue María quien hizo su entrada
no triunfal sino desafiante
su espada colgando holgadamente de un chaleco revestido de metal
una reina guerrera
con modales interrogantes
reina de cielo tierra e infierno
la que conoce los misterios de más allá, de más arriba, de más abajo
la que conoció la doncellez
el rapto de lo oscuro
arrasando su cuerpo
como la inagotable angustia
que despliega el burro
mientras se adentra
en el pueblo empobrecido
y el oro cae sobre ella
lluvia quizás orquestada por un dios extranjero
Porque al conocer prefiere no saber
Ella viene a contar la historia de otro modo
El gris en sus ojos
salpica fuego alrededor y más allá
un fuego de profeta y dolorosa sabiduría
sus ademanes de mando
su voz que punza las viejas catacumbas
haciendo que los lobos aúllen
hasta la eternidad
María desciende de su montura
y también lo hace su caballería de infantes muertos
Sostiene la espada
en su mano derecha
y entra en el templo
Isel Rivero en Domingo de Ramos (1981), incluido en Words are Witnesses / Las palabras son testigos (Verbum Editorial, Madrid, 2010, trad. de Benito del Pliego).
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