Sólo Dios y los murciélagos habitan
la Iglesia de Nuestra Señora de la Corriente.
El espíritu invisible queda entre los altares
carcomidos y el viento de Penedo
ciega con lentitud los ojos de los santos
que turistas y anticuarios no han conseguido robar.
Dios es barroco. Dios se parece a los murciélagos:
volando por la noche en los espacios estrellados
El trata de chupar la sangre de los hombres
que ennegrecen el día con sus muchos pecados.
En la bóveda de la iglesia que a veces el río inunda
los murciélagos tapan ese cielo alegórico
eternamente oculto a los que pecan.
¡Oh cielo negro de los hombres! Bajo la ruina del entarimado
los ratones adoran la Presencia eucarística.
Y Nuestra Señora de la Corriente, patrona de ratones y murciélagos,
entre flores de papel y malolientes velas
participa de la divina soledad.
Oh, Madre de los hombres, que sonríe radiante en su abandono
como mi propia madre, ¡rogad por mí!
Lêdo Ivo en Finisterra (1972), incluido en La moneda perdida (Olifante Ediciones de poesía, Zaragoza, 1989, trad. de Amador Palacios).
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