miércoles, 23 de febrero de 2011

Fragmento del prólogo de Benito del Pliego al libro 'Word are Witnesses / Las palabras son testigos. Obra poética en inglés (1970-2008)', de Isel Rivero

Word are Witnesses / Las palabras son testigos. Obra poética en inglés (1970-2008), de Isel Rivero (Verbum Editorial, Madrid, 2010, trad. de Benito del Pliego)

Hace seis años Relato del horizonte reunió por primera vez la obra que Isel Rivero había dado a la imprenta en tres de los países capitales para su biografía: Cuba, Estados Unidos y España. Esta recopilación, a la que se han unido en el 2007 los poemas de Las noches del cuervo, ofrece la posibilidad de explorar a fondo una poética cuyo contexto de partida (el primer libro se publicó en Cuba en 1959) difería notablemente del que rodeaba esta publicación. Como señalaba en su introducción Pepa Roma, la noticia de esta escritura hizo que algunos nos avergonzásemos del desconocimiento y que nos preguntásemos por qué, teniendo la autora una larga relación vital y literaria con España, no habíamos sabido antes de su existencia. Estas preguntas, tomadas de manera abierta, siguen siendo fundamentales para entender, sino el alcance y el sentido de la poesía (la de Isel y la de otros), al menos la dinámica de reconocimientos establecida en los círculos poéticos, en este caso los españoles.
   Creo que no es exagerado decir que la desatención de ciertos autores se sigue produciendo en base a motivos ideológicos donde el lugar de origen es un factor clave. Si, como opina Joseph Brodsky en The condition we call exile, los lectores favorecen a los autores de su nacionalidad porque estadísticamente rehuyen todo lo que no hable de ellos mismos, el desinterés por la poesía de Isel Rivero en España podría interpretarse como un enjuiciamiento de su extranjería.
   En cualquier caso, desde la perspectiva de su recepción pública, Relato del horizonte hizo un gesto esencial de resistencia al silencio y tomó partido por un mundo contrario a los valores que relegaban esta escritura a un no-lugar. A esta desatención, este desplazamiento hacia el margen que la autora comparte en el ámbito español con un número importante de poetas de orígenes diversos que hicieron de España su lugar (como Ana Becciú, como José Viñals, como Yulino Dávila, como Antonio Claros, como Magdalena Chocano, como Noni Benegas, como Amando Fernández, como Juana Bignozzi, como Rolando Sánchez Mejías…), ha contribuido una situación que testimonia la profunda vocación transfronteriza de Rivero y el riesgo que esta inclinación entraña, pues hay escondida dentro de su obra otra que parece aún más olvidada y que, en palabras de la autora, "nadie, excepto yo, menciona": la poesía escrita en inglés, que con esta edición se pone al alcance de los lectores.
   En vano buscaríamos en las declaraciones públicas de Isel Rivero cualquier tipo de queja sobre este desplazamiento de su obra. Tampoco cabe pensar que su actitud enfatiza gratuitamente lo que la coloca en ese "en mitad" que caracteriza a los escritores que extienden su tarea por varias naciones, más de una lengua y tradiciones múltiples. Para su poética la brecha abierta por el exilio, el nomadeo y la hibridación no es un problema, es el lugar que le toca, el que localiza una vida y un arte singular. Su presencia introduce –dicho en palabras de Homi Bhabha– "la perplejidad vital en el discurso pedagógico de la cultura nacional"; es decir, hace entrar lo inesperado en ese canon que preferiría reducir lo que sucede en cierto país a unas pocas reglas fáciles de presentar en libros de texto y antologías.
   La eugenesia ve monstruos (y los combate), donde la creatividad encuentra oportunidades para renovar el mundo. Dice Isel en un fragmento de su correspondencia que lo que debería resultar llamativo no es su originalidad, sino la insistencia de la crítica "[…] en encontrar paralelos en mi obra con una tradición cubana, desde José Martí hasta los del Grupo Orígenes. […] Sin embargo, mirando hacia atrás, mis lecturas fueron todas extranjeras: cuando comencé Aloysius Bertrand, Perrault, La Fontaine, La Rochefoucauld, Machado, Neruda, Apollinaire, St. John Perse, la Biblia, Baudelaire, T.S. Eliot, Virginia Woolf, etc. Y aún hoy, cuando la poesía de Trakl y Margaret Atwood me ha servido para evocar a mi propia musa".
    Esa musa, ese impulso donde la escritura encuentra su causa, no atiende a esquematizaciones ni fronteras; por el contrario, se solaza en la otredad, suma rasgos, acentos y hábitats sin temor a la novedad resultante:
"Mi musa, que es un heraldo asirio con cara y brazos de águila (una mezcla de criatura de Max Ernst y de los relieves en el Museo Británico), cuando se acerca es para hablarme no de mí sino de lo que hay más allá del ojo e interiorizar la empatía con los otros, con la naturaleza, no como contemplación, sino como testigo. Y, de nuevo, no tiene ambivalencia ninguna con el idioma. Hasta me ha venido a ver hablándome en alemán y francés, pero le he dicho que no abuse de mi capacidad. Por lo cual [cuando se trata de escribir] lo mismo puedo estar en España que en Namibia que en China".
[...]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tomo la palabra: