jueves, 10 de junio de 2010

Poema del día: "El muerto", de Ángela Figuera Aymerich (España, 1902-1994)

Llegué hasta el hombre. Un muerto como yeso fraguado.
Como un hielo sin brillo derivando a la nada.

Llegué hasta él. Le dije: No te vayas ahora
cuando hay un día alegre detrás de los cristales
y niños que sonríen
con una blanca gota de leche en la sonrisa.
Tenemos que contarnos tantas cosas
todavía
aquí, junto a los árboles,
junto a las amistosas esquinas
de las casas con lumbre que cobijan al hombre.
Quédate. Con las mías descruzaré tus manos
absurdamente azules de sangre amordazada.
Te amo. Aguarda un poco. Te diré mis poemas.
Te besaré la frente. Te besaré la boca.
Sí, llegaré a besarte. Porque te quiero, hermano.
Porque estoy a tu lado y creo que aún es tiempo
de que tus labios filtren mi contacto caliente
a pesar de su gesto de infinita desgana.

Quédate aún. No bajes a la tierra profunda
de la química impura, de la pálida larva.
Yo te afirmo que hay flores (de seguro te acuerdas)
que aligeran las horas. Y hay el mirlo y la brisa.

Y el correr de las fuentes. Y un sol dulce que acaso
aún perdura en el fondo de tus ojos ocultos
que un maligno fermento disuelve lentamente.
Y están (tú no has podido olvidarlo tan pronto)
esas lindas muchachas que acrecientan los pulsos
cuando la primavera les destrenza el cabello.
Escúchame. Poseo la mágica palabra.
Te digo que te amo. Permanece conmigo.

Pero él seguía quieto. Ferozmente impasible.
Callado. Torvo. Duro. Tozudamente muerto.

Ángela Figuera Aymerich en El grito inútil (1952), incluido en Obras completas (Ediciones Hiperión, Madrid, 1986).

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