Al fin dios era una mañana de domingo,
sólo eso, los amigos reunidos en el bar,
la playa solitaria de septiembre,
la plaza y los ancianos al sol de mayo,
el viejo roble del colegio, la fruncida
escalera de la infancia, al fin...
al fin dios, sin pensar demasiado,
como un nadie entre algodones,
en el ayer de todos los pueblos,
en el olvido de todas las mañanas,
sólo dios, un árbol, un niño,
el banco del parque donde otro sueña.
Pablo Méndez en Ana Frank no puede ver la luna (Ediciones Rilke, Madrid, 2010).
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