Una mañana en la paja,
donde apilan el esparto,
parió la perra a siete,
a siete cachorros rojizos.
Hasta la tarde los acarició,
peinándolos con la lengua;
se derretía la nieve
bajo su barriga caliente.
A la noche, cuando las gallinas
se acomodan en la percha,
llegó el dueño hosco
y metió a los siete en un saco.
Corría la perra por la nieve
para no quedarse atrás...
Mucho tardó en calmarse
el agua del río sin helar.
Y cuando se arrastraba de vuelta,
lamiendo el sudor del vientre,
creyó que la luna sobre el tejado
era uno de sus cachorros.
Al alto azul
miró sin cesar de aullar.
La luna resbaló fina
y se ocultó tras los cerros.
Y en silencio, como en un escarnio,
cuando le tiran una piedra con mofa,
rodaron los ojos de la perra
como estrellas doradas a la nieve.
Serguei Yesenin en El último poeta del campo (Visor libros, Madrid, 1974, trad. de José Fernández Sánchez).
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