La lluvia nocturna ha quedado agotada
por los vergeles. De ahí una conclusión:
la dicha tortura nos da a los humanos
lo mismo que nubes sin fin en el cielo.
Probablemente, la dicha exaltada
tiene, al parecer, el mismo aspecto
que las calles en día de fiesta
lavadas por lluvias intensas.
Hay allí un mundo encerrado. Y, cual Caín,
el trueno fue sellado allí por el calor
de las afueras, criticado, olvidado
y burlado a placer por las hojas.
Y las alturas. Y el hipo del deshielo.
Y tanto más comprensible cuanto hay
de sotos un sinfín, los tamices
se han fundido en un tamiz inmenso.
En planas hojitas. Un mar proceloso
de yemas fundidas. Al fondo
de la adoración tumultuosa
de quienes rezan a las alturas.
Las matas no han sido estrujadas.
Y el galante y gentil cascanueces
los granos no tira en la jaula con tanta viveza
cual la madreselva el sembrado de estrellas.
Boris Pasternak en Por encima de las barreras (1917), incluido en Por la paz y por el pan. Obra completa (Ediciones 29, Barcelona, 1978, trad. de César Astor).
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