Tan sólo las escobas
saben que el diablo
aún existe
que la nieve blanquea
cuando un cuervo la sobrevuela,
que un quicio oscuro y polvoriento
es refugio de niños, de soñadores,
que una escoba es un árbol
en los jardines de los pobres,
que la cucaracha que cuelga
del cepillo es una paloma muda.
2
En los libros de magia, las escobas
son signo de muerte inminente.
Tal es su existencia secreta.
En público, se portan como solteronas ajadas
predicando templanza.
Son enemigas declaradas de la lírica.
En prisión, acompañan a los guardias,
se internan en las celdas, escuchan confesiones.
Sus extremos se abaten
cuando menos lo esperas.
Tiradas tras la puerta
de un antro condenado a la ruina,
susurran a nadie en concreto
palabras como virgen viento eclipse de luna,
y el más sagrado de los nombres:
Hiuronymous Bosch.
3
De ésta y no otra manera
se armó la primera escoba ancestral:
a saber, arrancaron las flechas del costado
inerme de San Sebastián.
Las anudaron con la cuerda
que Judas usó para ahorcarse.
Las encajaron en el podio
desde donde Copérnico
alcanzó el lucero del alba...
Al fin, la escoba estuvo lista
para salir del monasterio.
El polvo le dio la bienvenida,
pero ese gran pornógrafo
quiso enseguida
asomarse bajo su falda.
4
La doctrina secreta de las escobas
excluye el optimismo y el consuelo
de la pereza, la asombrosa maravilla
de una copa de luz de luna añeja.
Dice: los huesos se amontonan bajo la mesa.
Las migas son muy suyas y piensan por su cuenta.
Y la leche es el semen de ya-sabes-quien.
Los ratones suelen tener el último grito.
Y con respecto al tema
de la levitación, sugiero lo siguiente:
sólo hay un Dios
y su profeta es Mohamed.
5
Y tu abuela, al cabo, que barre
la suciedad del siglo diecinueve
y la esconde en el veinte, mientras tu abuelo arranca
un pelo del cepillo para limpiar sus dientes.
Largas noches de invierno, amaneceres
de miles de años de profundidad.
Ventanas de cocina
con vendas y dolor de muelas.
Detrás de ellos, la escoba
que barre y guarda las lucientes
partículas de polvo en exactas pirámides,
y en su interior las tumbas
que los ladrones profanaron
una vez, hace mucho tiempo.
Charles Simic en Desmontando el silencio (Ayuntamiento de Lucena, Córdoba, 2004).
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Hola
ResponderEliminarCharles Simic me encanta. Me gusta muchissímo ese autor. Es genial.
Este poema de la escoba esta en su linea. Escribe fenomenal.
Gracias por recordarmelo
Un abrazo. Lola T.
La verdad es que fue un amigo poeta y profesor de poesía, Julio Espinosa Guerra quien me recomendó a Charles Simic y se lo estaré eternamente agradecido, a mí me parece fascinante. Me alegro de que te guste también Lola.
ResponderEliminarUn saludo.