Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
A Primitivo de la Quintana
Tienen nombre, Señor; son los que sufren;
las sombras semejantes,
las sombras que se quedan en los cuerpos
mientras va su vivir deletreándose
para ganar el pan; sólo en Ti esperan;
son los muertos que nacen
del invierno del mundo: son los muertos
que están viviendo y arden
con aceite de Dios; los sucedidos
mendigos, con sus cuerpos manuales
donde la sangre está como en un pozo,
soñando con ser sangre,
y humedeciendo el ser hasta los huesos
con un soplo de vida que no late,
que apenas mancha el cuerpo, como sube
la humedad en los muros de la cárcel.
Tienen nombre, Señor; son los que lloran,
los náufragos del hambre,
los que Te duelen tanto que no puedes
mirarlos, sin quemarles.
Tú, sí los llamarás: son los que esperan,
los semovientes náufragos que saben
que el roce irá gastando día tras día
su material carnal, son los que nacen
para formar un nudo con el agua
que les lleva y les trae,
que les muere y les vive; los que nunca
encontrarán poder que les desate
de vivir hacia el fondo de sí mismos,
hacia el nudo del agua que les hace
suspender su vigor entre las olas;
son los muertos, Señor, la nieve fácil
de los muertos que viven y los muertos
que mueren sin vivir; ¡vuelve a nombrarles!,
¡nadie sabe su nombre entre nosotros!
son los muertos que nacen,
los muertos y los muertos y los muertos,
surgentes, naturales.
Luis Rosales en Rimas (1951), incluido en Poesía española 1939-1975. Antología (Ediciones Tarraco, Tarragona, 1977, selec. de Ricardo Velilla).
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