"Creo que lo bello no es una sustancia en sí, sino tan sólo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producido por la yuxtaposición de diferentes sustancias. Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra”.
Junichiro Tanizaki (fragmento de Elogio de la sombra).
Conocidos también como Los Tres Ríos de Nōbi, por la llanura del mismo nombre sobre la que sus cursos discurren, el Ibi y el Nagara tienen la peculiaridad de unirse y separarse en varios puntos del Kiso, más caudaloso, antes de alcanzar su desembocadura en la Bahía de Ise. De esta sencilla imagen nace Los tres ríos de Kiso (Editorial Alea blanca, Granada, 2010) el tercer libro de Ventura Camacho, e ilustrado con tacto, sentido y acierto por Stella Rubio.
Tras un ajustado prólogo de Iván Carabaño, que nos recuerda que “el tema de la vida como río” lo es de la literatura universal de todos los tiempos, la obra se abre con tres citas-río reveladoras. Como en el caso de los de Nōbi, ya mencionados, las sugencias de Yukio Mishima, Yasuhiro Ozu y Muriel Barbery discurren a lo largo del breve, pero intenso poemario, confluyendo en los poemas durante el transcurso de su lectura, e iluminan su contenido. La estructura, ligera, y el discurso poético, centrado, dan lugar a un monólogo sin retórica en el que Ventura logra una excelente sucesión de poemas-verdad sin caer en lo sentencioso: también una cadencia, grave, aunque el autor la haya construido desde el verso libre, con una imaginería poética austera y minimalista, muy apropiada en su contexto.
Que el poema no mienta, parece la premisa de la que parte el poeta: y así, como leves pero sólidas barcas, navegan los poemas que contiene Los tres ríos de Kiso hasta su desembocadura en el excelente y conmovedor texto que el escritor dedica a la enigmática actriz nipona Setsuko Hara, magnífico colofón de una obra que consta de sólo nueve poemas, en general de breve extensión, lo que dota al conjunto de un aire liviano y fugaz, en absoluto superficial, que sintoniza con el tradicional haiku, sin incurrir en él.
Son muchísimos los poetas que han renunciado a los recursos clásicos, y básicos, del poema, para mal de su poesía, y no pocos los que han caído en la confusión de otorgar nombre de haiku a obras que, por contar con diecisiete sílabas fonéticamente indistintas, en lugar de diecisiete moras, lo remedan, y ello sin entrar en las reglas de contenido de esta forma tradicional de la poesía japonesa, que pocas veces cumplen. Sin embargo, Ventura Camacho ha dispuesto con una inteligencia lírica y con una sensatez poética propias las diversas piezas que conforman el libro, acordes con el ambiente que se propicia desde el título, evocador pero preciso, hasta su final, intensísima declaración de principios vitales y de sobrecogedora humildad en este mundo repleto de vanidades artísticas del que huyera la mítica actriz: “Hay que aprender a vivir de otra manera, / seguir el ejemplo de Setsuko Hara, / contemplar nuestra desaparición por un tiempo”.
Precioso su último libro, Los tres ríos de Kiso, y continuación –en cierto sentido- del primero De Nagasaki a Novosibirsk. Ventura sigue creciendo al amparo de las sutiles sombras de la cultura japonesa de forma intuitiva y natural. Él mismo se confiesa un entusiasta de ella, no un erudito, por lo que no debemos rastrear en su poesía una pose zen. Pero, contradictoriamente, su no-búsqueda del satori parece haberle conducido al kenshou, a un despertar interior a través de la comprensión del mundo, que se ha articulado en esta colección de poemas de forma consecuente y natural, con un carácter marcado, severo, casi monacal. El Mundo es el Maestro. A la manera de Bashō, Ventura no camina sobre las sendas de los antiguos, sino que busca lo que los antiguos buscaron pero con una voz propia, contenida y cada vez más clara: “la contemplación de la eternidad en el movimiento mismo de la vida”, en palabras de la ya citada escritora francesa, Muriel Barbery, o “la energía estática de la vida / en crecimiento incesante” en palabras del propio autor, del poema 'El árbol. El bosque'.
Esta honda voz produce un juego de claroscuros que recrea una meditada y delicada penumbra; pero esa trascendencia no es impostada, sino búsqueda de poeta y de hombre de carne y hueso, por lo que se crea un efecto de trascendencia espontánea. Y lógica. El propio tono grave del poemario es el hilo de oro que conduce el libro hacia la luz: el mismo hilo dorado que Tanizaki alababa en los artesanos de antes. “Porque una laca decorada con oro molido no está hecha para ser vista de una sola vez en un lugar iluminado, sino para ser adivinada en algún lugar oscuro, en medio de una luz difusa que por instantes va revelando uno u otro detalle, de tal manera que la mayor parte de un suntuoso decorado, constantemente oculto en la sombra, suscita resonancias inexpresables”.
Y en efecto, el poemario suscita resonancias: su blancura y desnudez contrastan con ese trasfondo, siempre profundo y semioculto en nuestra propia sombra, de la búsqueda de ése otro que, a nuestro pesar o no, inevitablemente somos: una consciencia que conoce su desembocadura y su destino, pero que durante su curso se detiene a contemplar cuanto nos une y separa, una y otra vez, de nuestra vida. De esa vida que no siempre nos consta y que Ventura ha sabido, por un instante, hacer constar.
Juan Carlos Friebe
Ventura Camacho Rodríguez. Barcelona (1975). Premio 'Federico García Lorca' 2006 de poesía de la Universidad de Granada con la obra De Nagasaki a Novosibirsk. Funda la revista digital Ciudad poética y la Asociación Cultural homónima, para la difusión de la poesía granadina y el fomento de la lectura. Publica, además, Alas de insecto (Alea Blanca, 2006), libro de poemas que reflexiona sobre la vida en un centro residencial de menores, fruto de sus experiencias vividas como educador, y la plaquette Pedagogía del adiós, con la Asociación Cultural El Diente de Oro dentro del ciclo 'Vitolas del Anaïs', coordinado por Marta Badia. Aparece en la antología publicada con motivo del Encuentro Poético Intergeneracional 'Alea Blanca 2008'. Participa en el Festival Internacional de Poesía de Granada 2008 dentro del ciclo 'Ultimísima poesía granadina' y en Barcelona, junto a Verónica Vinck, en el proyecto 'Ventanas', coordinado por Agustín Calvo Galán.
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