martes, 3 de noviembre de 2009

Prólogo de Francisco Vélez Nieto a 'El milagro y la herida', nuevo poemario de Pedro Luis Ibáñez Lérida

La poesía de Pedro Luis Ibáñez Lérida posee humanidad y riqueza de contenido con la palabra siempre necesaria justa de acierto que necesita, aunque a veces la vehemencia de la metáfora sublime puedan restar en algunos poemas ritmo interno, ese que provoca la comunicación necesaria entre poeta y lector, pero que en este caso no desmerece esa intimidad interna del conjunto, al no perder la absoluta sencillez desnuda de los poemas. Ignoro si el poeta conoce el criterio de Gamoneda con respecto a la poesía: “La poesía intensifica la conciencia, pero no puede cambiar al mundo”. Y es que a veces creo que en la poesía de Ibáñez Lérida se percibe una pasión por lo universal que lo puede desbordar con peligro de romper su verdadera interioridad poética. “La poesía" -señala Gamoneda- "tiene que ser subversiva en el lenguaje, no en su contenido. En contenido no puede competir con los periódicos”. Sin embargo el autor de El milagro y la vida (Editorial Voces de tinta, Sevilla, 2009) no cae en la poesía que denomino periodística y que considero una degeneración de la ya un tanto periclitada "poesía de la experiencia”, que dicho sea de paso y sin descubrir nada nuevo conviene dejar claro que sin experiencia difícilmente podría existir la poesía. Y una primera muestra son estos versos donde se reduce su absoluta pasión de universo desde la sencillez de la fuente más real de su poética: He venido para brotar vida en el desierto, columbrando tu ser En el jugoso tacto. Es un poeta que en este primer libro me lleva por voluntad propia a pronosticar que podemos vislumbrar con toda seguridad un poeta de calidad. No obstante puede que se puede señalar algo que ya Federico Engels dejó muy claro, aunque nuestro bardo va en la línea de la visión engeliana. “La poesía", -señala Pedro Luis Ibáñez Lérida-, "es un honesto acto de creación y, por tanto, de concepción del mundo, que establece singulares criterios y propósitos estéticos en su contenido formal y esencial, desde lo abstracto a lo concreto”. Lo que reafirma con “Abramos el dolor por la mitad. Las pérdidas se consumen como calima que prende el aire, pero nunca se extinguen. La certeza es la condena. Lenta y pausada gota que derrama su existencia golpe a golpe en su caída”. Precisión justa y acertada. Hasta la extenuación me vive tu boca, habitada por la íntima palabra que te nombra como peces de agua, escurriéndose en el estanque de sombra. Y es que su existencia real no es abstracta, Pedro Luis Ibáñez Lérida es un poeta que viene de la tierra y no de las alturas. Vengo de las raíces del árbol y su savia como tinta verde que escribe el prado, el mirto, el jaguarzo, el romero; nada por mis venas su esencia, herencia de cada día y su sustento. Entendiendo por altura no solamente la calidad sino las sensaciones que ofrecen sus versos, porque los poetas procedentes de las alturas no pueden ver con la misma intensidad emotiva las cosas de la vida como aquellos que pisan y respiran con los pies en la tierra. Esto no quiere decir que son mejores unos que otros, simplemente diferentes. Luego siempre será más rítmico y palpitante cuando el verso es sencillo Tu corazón deslumbra la raíz del agua Harías mucho mejor acercándote. El poeta que procede de la tierra ve las cosas más cercanas, más comprometidas y las analiza, medita, desde una contemplación y perspectiva distintas. La tierra es carne de vida se adentra hasta agigantar su voz en las entrañas colmadas de luz. Especialmente aquellas cosas pequeñas, esas que unidas adquieren un todo dentro de la vida misma. La grandeza de la poesía debe ser existencia plural en su interna y externa manifestación de sensaciones, desde la propia intimidad y compromiso como muestra en la declaración de su vivir amoroso. En esa soledad de ojos, sólo estamos los dos, y lo demás permanece ausente. No es. Las palabras no son necesarias y útiles, porque en un solo ojo, cabemos tú y yo. La ternura expresiva de estos versos de pasión amorosa son los sólidos puntales de la parte más intensa, desnuda en verso del libro. Destapas la carne mansa, la entibias en tu pecho. Colinas de cielos encendidos, prestados y bulliciosos, asomando la aurora huyen, para refugiarse en mi cuerpo. Ahora bien, se manifiesta más justa y acorde su poesía si en el deseo metafórico de cambiarlo todo, acorta la exuberancia ante tantas falsedades y ofrece la realidad y visión como hechos, situaciones y nada más. Aquí es donde hallo la verdadera solidez –insobornable- de este cantor que crea un estremecido verso con las pequeñas cosas hasta lograr esa visión lírica que rebosa humanidad y luz propia, sólida y frágil a la vez Es la luz que nos envuelve distraída que se asoma, a cada uno en su pozo. Tiemblan las palabras en la honda garganta que sube por el brocal. Justo es desechar el estilo poético de ampulosa metáfora y lenguaje aparentemente más elevado y deslumbrante, pues llena y embriaga más el poeta de la metáfora contenida, el del estilo y la palabra sencilla, porque es cuando, creo, se adentra en la realidad amorosa y esa existencia que se desnuda en humedades naturales, para esculpir con artesana gubia la veracidad de propia con vehemencia contenida sin la “ambivalente génesis de lo excepcional”, y situarse sencillamente sobre un “sublime ejercicio de dignidad y belleza”. Queda pues manifestar con este prólogo mi objetividad crítica, fruto y razón de haber contraído un compromiso consigo mismo, ante las realidades existentes en la poesía y la vida dentro del concepto social en el que sobrevivimos. Francisco Vélez Nieto

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