Debe de ser difícil vivir en un lugar chico del mundo y tener al mismo tiempo las ganas, el talento y la pluma como para que a uno le resulte pequeño el universo. Debe de ser más difícil aún entender que la vida tiene por centro el erotismo y vivir en un mundo de doble moral e hipócrita que se niega a reconocerlo y sobre todo a reconocerse. Yo vivo en la urbe más poblada del mundo y, aunque lo hago muerto de miedo, disfruto enormemente la clandestinidad que adquiero en cuanto traspongo la puerta de mi casa, pues más allá de mi calle todo es el puro universo sin fronteras. Me disfrazo de Nadie y voy y vengo, y hago y deshago como cualquiera. Tal vez por ello es que de muchos escritores que conozco con quien más hermanado me siento es con Marco Tulio Aguilera Garramuño a quien me une una suerte de frenaptería y de ucronía y de amor por el amor y por lo perverso. Aunque creo que también nos hermana Nietzsche y Lautréamont y Apollinaire y principalmente esas ganas de reír de todo, porque finalmente ni una por una, ni todas juntas, las cosas del mundo valen la más mínima pena y, en cambio, sí merecen una risa, dos risas, tres risas o las que se quiera.
Ridículos son quienes no saben reírse, tristes agelastas como los llamó Voltaire. A mí me gusta la risa y la forma desparpajada, antisolemne y humorística en la que escribe este Frenáptero.
Quiero decir que me he pasado dos tardes estupendas leyendo sus Cuentos para antes de hacer el amor (Educación y cultura, México, 2007). Me gustó, por ejemplo, la historia de ese seminarista metido a casado casto y metido a descubrir en el cabaret Blanquita el secreto de la ovación “oso, oso” con la que la multitud instaba a una corista a mostrar esa V que forman las piernas femeninas cuando se levantan y separan y en cuyo vértice está –como dice ahí Marco Tulio, y yo en otro lado– el sentido de la vida, pues ese vértice de la V femenina es el único sitio hacia el que vale la pena dirigirse y, estando en él, moverse. Me gustó de este cuento la poesía con la que el protagonista labra en un cactus la palabra “Paty”, pues pude, junto al oso de la corista, no sólo leer sino sentir lo que es el amor de veras. El cuento se titula 'El llamado de la Bestia', es una joya literaria: una joya facetada, pues lejos de ser una historia lineal va avanzando con escenas dislocadas que permiten al lector ensamblar el pasado y el presente del protagonista y, sobre todo, sentir un amor puro frutado por la beatitud y la inexperiencia; inexperiencia que, por cierto, en el caso de que se tenga, el cuento cura.
También me gustó el cuento 'La noche de Aquiles y Virgen', que trata de un matrimonio muy bien avenido, y lo de “avenido” lo digo en más de un sentido, pues Aquiles cada noche quiere echarse un polvito y Virgen, que así se llama su esposa, lejos de oponer ninguna resistencia, se resiste para hacer más erótico el encuentro, pues a ella le gusta más que a él. En este cuento me llamó particularmente la atención lo perfecto que resulta el retrato de la vida conyugal cuando sus miembros, como dije, están bien avenidos: la convivencia se vuelve casi un juego, un juego de niños y, aunque el cuento contiene escenas altamente tórridas, eso no le quita su toque de inocencia y de candor. Hay una mezcla espléndida del lenguaje poético con el tema lúbrico y para muestra baste un botón; dice Marco Tulio en la página 123:
"Virgen toma la cabeza de su marido y la conduce con pericia hacia los lugares que debe visitar. Dama delicada y experta, guía a su dragón doméstico a pastar en campos plagados de visiones y encantamientos, le permite el vislumbre y el goce fugaz de los nichos aromados y lo deja abrevar en su manantial más profundo".
Como puede verse, el dragón doméstico, o sea Aquiles, pasta, o sea, lame, besa y chupa en el cuerpo de Virgen sus campos plagados de visiones y encantamientos, o sea…, que imagínenselo ustedes. Que no creo que les cause mucho esfuerzo, pues al menos a mí me parece clarísimo qué quiere decir Marco Tulio con aquello de “abrevar en su manantial más profundo”.
De este mismo cuento me llamó la atención una coincidencia que una vez más me hermana con Marco Tulio: Virgen consigue un tratado de sexología hindú y en él descubre una posición estrambótica que quiere llevar a su cama: convertir el centro de su marido en el eje de rotación de su cuerpo para que piernas y brazos se conviertan como en un reloj en el minutero y el segundero. Yo en mi novela Nada es para tanto (Grupo Editorial Patria, México, 2001) llevo a mi personaje femenino a un cuarto de hotel con un galán paracaidista que la cuelga de la lámpara del techo con los arreos del paracaídas y, gracias a eso, juegan al sacapuntas, al volador de Papantla y al balero con estoperoles. Mi sacapuntas es enormemente parecido al reloj hindú de Marco Tulio.
Hay otro cuento que me hizo desternillar de la risa, pues imaginé al mismo Marco Tulio como protagonista: es la Historia de Rally Ramsey, una adolescente canadiense con quien el narrador (conste: digo narrador y no autor) sostiene un largo, larguísimo coitus interruptus con el que se comprueba la tesis de que Marco Tulio es el fundador del “erotismo mandilón”, categoría que él mismo propone en el cuento.
En fin, el libro contiene desde la historia de un asaltante improvisado que se mete a robar una casa y termina violando a una tal Magia Blanca, hasta la historia de una mujer a la que el espejo inspira unas formas prohibidas de cohabitar con el marido, y cuando éste le cumple sus deseos, ella le paga con un odio sordo y mustio. Hay cuentos hasta para onanistas de videoclub con esposas cómplice.
Todos y cada uno de los textos hacen honor al título del libro, pues, efectivamente, constituyen una lectura excitante que puede servir muy bien de prólogo al acto que eufemísticamente se llama “hacer el amor”. Y, lo más importante, creo también que en estos tiempos de tanta disfunción eréctil y de tan escasa lectura estos cuentos son capaces de remediar ambos males.
Sólo me resta decir que aunque este libro lo releeré con gusto, cuando me haga falta, no estoy dispuesto a leer el próximo con el que Marco Tulio completará su serie: ya van Cuentos para después de hacer el amor y Cuentos para antes de hacer el amor; pero por muy buen escritor que sea el Frenáptero me rehúso a leer Cuentos en lugar de hacer el amor que es el título con el que nos anda amenazando desde hace tiempo, pues yo en ese tema no soy un erotómano mandilón y todavía prefiero hacer el amor en vez de leer y, sobre todo, de escribir textos para presentaciones de libros.
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