Recuerdo mi adolescencia, no sin cierto pavor a ratos, en los que pasaba horas enfrascado en libros de ensayo sobre los más variados temas. Y estoy recordando ahora mismo cuando me acercaba al Rastro madrileño a comprar números atrasados de la revista de pensamiento El viejo topo: llegué a tener los 20 primeros números, todo un logro de coleccionista. Imagino que después los vendería o regalaría en mi bendita manía de no tener apego a nada material.
Apenas terminé la antigua Educación General Básica dejé de estudiar, por eso me vino tan bien para formarme intelectualmente ser un ávido lector de literatura y ensayo. Recuerdo, que, aunque a veces no me enteraba del todo, disfrutaba leyendo a Frederick Nietzsche, Karl Marx, Federico Engels, Arthur Schopenhauer, Tomás Moro, Juan Luis Vives, Jean-Jacques Rousseau y tantos y tantos otros que habré leído.
También leía ensayo histórico, antropológico, sociológico, me adentré en la antipsiquiatría de la mano de David Cooper, me enteré de otras maneras de enfocar el sexo gracias a Erich Fromm, empecé a fascinarme por la filosofía de la ciencia gracias a Isaac Assimov y Carl Sagan. La verdad es que esta fascinación por la filosofía de la ciencia aún me dura y ahora ando leyendo las aplicaciones menos científicas y asequibles de la física cuántica. De su maravillosa teoría que dice que todas las posibilidades se dan a la vez en el mismo sitio, el alemán Tom Tykwer nos ha dejado todo un manual en su película Corre, Lola, corre. Por cierto, me fascina esta teoría porque acaba para siempre con el burdo determinismo en el que vivimos incluso hoy, además de aportar todo un amplio abanico para libertad individual.
También he leído ensayos que, por sorprendente que parezca, están planteados como si fuesen novelas, aunque en realidad no lo son; pero esto es algo bastante más moderno que practica sobre todo gente de mi generación y la generación anterior y posteriores. Hasta hace unos años parecía que el ensayo cuanto más peñazo más científico. Y así, de los que he leído más recientemente podría destacar el magnífico repaso por la filosofía que hace Jostein Gaarder en El mundo de Sofía; o el no menos apasionante libro de Hilario Ibáñez De la integración a la exclusión. Los avatares del trabajo productivo a finales del siglo xx, en el que cuenta como ha ido cambiando en ese siglo la concepción que tenemos sobre el trabajo, de ser alguien en la sociedad en función de la profesión a ser alguien en función del nivel o tipo de consumo; o las tramas urdidas por las grandes multinacionales, casi sacadas de películas de ciencia ficción, que nos cuenta Naomi Klein en No Logo. El poder de las marcas; o la increíble claridad con que trata un tema tan complejo como el de la deuda externa de los países desfavorecidos Eric Toussaint en La bolsa o la vida. Las finanzas contra los pueblos; o ese pensador español para minorías que dedica su quehacer filosófico a la crítica de las grandes ideologías del siglo diecinueve que nos persiguieron en el veinte y amenazan con despuntar en el veintiuno, mi amigo Eugenio del Río.
Hasta me he metido en teologías a pesar del refrán, que recuerdo haber aprobado a la primera el Acceso a la Universidad para mayores de 25 años para después hacer Teología a distancia, lo que no emprendí debido a que ya estaba leyendo decenas de libros de teólogos tan prestigiosos como José Ignacio González Faus, Franz J. Hinkelammert, Jon Sobrino, Leonardo Boff, o nuestra nunca bien valorada Lilí Álvarez en su faceta teológica.
La verdad, he disfrutado con un buen ensayo más que con una buena novela. Si tuviera que decir cual ha sido mi género favorito a lo largo de mi vida diría, sin dudarlo, que el ensayo. Y como de ensayos va la cosa, haré una recomendación para quienes aman la poesía: se trata de una joyita, no demasiado conocida, de nuestra gran pensadora y filósofa y, como Lilí, nunca suficientemente valorada (¿por ser mujeres y pensadoras tal vez en un mundo eminentemente masculino?), María Zambrano y su magnífico librito Filosofía y poesía.
P. D.: Termino de componer este artículo y recuerdo todo lo que he leído de esos dos grandes pensadores españoles tan desconocidos e incluso ignorados en su país como Miguel de Unamuno y Xavier Zubiri.
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