miércoles, 13 de junio de 2007

Mirar para escribir, por Francisco Cenamor

La mirada siempre ha sido muy importante en la literatura, y sin temor a equivocarme, sobre todo en la poesía. Los ojos, sinónimo de profundidad de la belleza. Los ojos que nos miran, que nos esquivan, que miran a otro lado, como se quejaría amargamente Mario Benedetti.
Pero cada vez es más importante la mirada de quienes se dedican a escribir. Vivimos en el mundo de la imagen y sin nuestra mirada no es posible esa imagen.
Imagen se identifica actualmente con el resultado de, fundamentalmente, dos procesos: el de la cámara fotográfica que capta imágenes congeladas y el de las distintas cámaras que captan imágenes en movimiento. Pero antes de que apareciesen estos avances tecnológicos, la imagen se construía en el cerebro, venía a ser el discurrir del pensamiento; de ahí luego la palabra imaginación, o imaginar. Ahora la imaginación, imaginar, es poco menos que dejarse llevar por la fantasía; hace unos siglos no, era más bien algo realista, pasar por el pensamiento la realidad.
Quizás por eso el cine apareció casi como una continuación de la literatura. Las buenas películas se han valorado por las buenas historias que cuentan. Pero también muchos literatos se han dejado influenciar por el resultado cinematográfico de las historias y han escrito y escriben mostrando las historias, poniendo en el lector una cámara con la que van observando toda la realidad de lo que se relata. O bien nos parece que es nuestra mirada, como lectores, la que observa desde un rinconcito.
Como escritores y poetas, mirando aprendemos de la realidad, de las personas. Lo que vemos bien puede terminar ilustrando lo que queremos contar. Para mi es fascinante escribir poesía, por ejemplo, en una estación de tren o de autobús, mientras miro a las personas que van y vienen. Cada una de esas personas podría darnos una historia diferente si la observásemos a lo largo de su vida.
Mirando podremos aprender a describir sobre un papel en blanco los momentos de ternura, de dolor, de pasión, de locura... Si tenemos nuestra cabeza llena de los recuerdos que nos ha ido proporcionando nuestra mirada, si somos capaces de ver mientras escribimos lo que estamos escribiendo, nuestras palabras resultarán más sinceras, más convincentes. Nuestros lectores dirán mientras nos leen “si, esto yo también lo he visto”, y se sentirán identificados con nuestros personajes, entrarán más fácilmente en nuestras historias o se dejarán arrastrar más fácilmente por nuestros poemas. Precisamente por eso, porque el lector o lectora, también ha visto.
Pero también sentirán lo que contamos, porque los sentimientos en las personas se manifiestan con gestos, con movimientos, que si los hemos visto y somos capaces de describirlos, se sentirán como si estuviesen sucediendo. Y para eso hay que mirar mucho, mirar como camina alguien en el día de su boda, en su cumpleaños, cuando va al trabajo, cuando tiene que comunicar un hecho grave... Porque no caminará igual esta persona en cada acontecimiento de su vida y si somos capaces de trasmitir eso en nuestros textos se potenciará mucho más el sentido por el que esté pasando nuestro personaje.
“Caminaba lentamente, mirando al suelo, se detuvo, dejó caer aún más los hombros y comenzó a llorar”, es más emocionante que decir “dejó de caminar para ponerse a llorar”. Lo segundo simplemente describe, lo primero hace que sintamos ese llanto. Porque, para mi, la literatura, la poesía que no conmueve, pasa desapercibida. Es solo una opinión que vale para mi mismo.

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